martes, 29 de julio de 2008
Corría el año de ´77
lunes, 28 de julio de 2008
Dos niñas que quién sabe
Muchas veces me obsesionan muchas cosas profundamente inútiles. Hoy en la tarde me obsesionó no saber.
Estaba caminando hacia la taquilla del cine y vi a dos niñas de doce años sentadas en una banca de madera mugrosita. Una recargaba su cola de caballo sobre el hombro de la otra. La dos estaban viendo al frente con los ojos vivos y cansados. Y yo no sabía nada. ¿Quiénes eran? ¿Qué hacían ahí, solas, recién peinadas y muertas a las diez de la mañana? ¿En qué habían pensado mientras se ponían esos calcetines que hacen juego con su suéter? ¿Cómo es posible que yo no sepa todas estas cosas? ¿Cómo es posible que haya en el mundo tanta gente de la que tanta otra gente no se entera?
Entré a la sala a que me pegara la ficción. La ficción es una forma de enterarse, aunque sea de falsedades. Me senté en un esquina y seguía sin saber: ¿Quién es esa mujer que se sentó a ver Batman junto a mí, acompañada solamente de un bebé y una carreola? ¿Quién no vino con ella? Y ese que no vino ¿Con quién está y por qué?
¿Cuántas veces he visto una película con alguno de estos extraños? ¿Cuánto habremos cambiado entre una proyección y otra? ¿Cuántos panes se comieron? ¿A quién no llamaron? ¿Qué libro leyeron a los diez años? ¿La mayoría estarán tan aburridos como se les ve?
Si todas esas cosas ocuparan espacio, si se pudieran tocar, guardar ¿Cómo se verían? Las ideas podrían robarse como las bolsas. Yo podría robarme todas los chistes que hace mi primo Arturo y aventarlas en un país extranjero. Les pegarían a todos en el estómago y los harían reírse hasta que vomitaran, o hasta que se enamoraran de mí como yo me enamoro de él después de un ratito de oírlo.
Si los cariños y los recuerdos que hacen que la gente se mueva, se ría, se bese y se piense de cierta manera estuvieran junto a ellos, físicamente junto a ellos, alguien más podría tocarlos y moverse, reírse y besar como ellos un instante.
Podría ver la idea que otros tienen de mí, mi imagen desde su cabeza, desde el recuerdo de lo que creen que soy. Habría cientos de versiones físicas de la misma persona y todas cambiarían constantemente, del mismo modo que hoy cambian en el espacio etéreo en que los cargamos.
Ese sería un mundo raro: lleno de música sin terminar, rodando entre las piernas de extraños que no tuvieron nada que ver con ella; como hoy rondan los pantalones y la basura y los abrigos largos. ¿De qué color serían las memorias y de qué color las pasiones? ¿De qué color las imágenes?
¿Qué tan grandes las cosas que lastiman? ¿Y las que acompañan? ¿La felicidad sería más atractiva que el dolor? ¿Las buenas ideas tendrían más luz que las malas? ¿Las ilusiones serían azules como siempre las he visto o tendrían un color que nadie conoce y no se ha podido imaginar?
La gente con malos recuerdos y malas ideas podría dejarlas en la calle y dejarían de pesarle; cambiaría quienes son, para bien y para mal. Se podría regalar amor, literalmente. A primera vista se sabría con quien compartes tristezas, con quien miedos y de quién podrías enamorarte. Podrías detenerle a alguien su soledad mientras se pone los guantes y dejaría de estar solo hasta que se la devolvieras. Yo podría dejar una gran idea en el cine, del mismo modo que hoy dejo celulares y carteras. En cuestión de días la gente despistada como yo, tendría la cabeza en blanco. En cambio la gente coda estaría llena de tesoros, pensando todo el tiempo y almacenando sus ideas en bóvedas inmensas. Se inventarían bancos de sueños y de recuerdos, con cuentas separadas para las metas y los desencantos.
¿En dónde cabría tanto ocio? De por sí estamos tan apretados que Suiza manda su basura a Sicilia. Sería un desorden. Con las puras quejas de la falta de espacio sería suficiente para llenarlo.
Pero me obsesionó no saber. Ojalá todo se viera.
jueves, 24 de julio de 2008
Festival de cine
jueves, 17 de julio de 2008
Ayer soñé con Woody Allen
lunes, 14 de julio de 2008
Lo corrí
No lo conocía y pensaba en él como en un viejo amigo. Tal vez como en un futuro viejo amigo. Me asustó el ansia que me daba. Traté de quitármela haciendo cosas que lo asustaban a él. Pero quería explicarle tan claramente como lo entendía yo, que el ansia no era definitiva. Era fuerte un segundo de inmediatez que parecía obsesivo, pero que no trasciendió. Era un deseo infantil, igual de fugaz y de serio. El ansia desaparecería la semana siguiente. Era emoción simpática y no implicaba grandes cosas.
Tengo un amigo de la preparatoria que resuelve todos mis problemas gritando, en desesperación, que la gente no piensa como yo. La gente no le dice a un completo desconocido con el que se ha aventado dos platicas de café que está interesada en él. La gente no se desmorona cuando el desconocido no cae a sus pies la segunda vez que la ve. La gente no va por la vida pensando que el beso debe ser inmediato y contínuo sin que necesite significar algo.
- " Es que si lo besas parece agarre de antro."
-" Si le dices que te gusta cree que estás enamorada de él y que llegas a tu casa a llorar amargamente por su persona."
-" Si lo invitas a salir eres una clavada."
-" Si te dice que no eres una pendeja."
-" Es que eres demasiado pinche sincera y él es más normalito."
-" Cuando un güey quiere contigo y no lo pelas se clava más."
¿Así o más frases de impedimentos honrosos? Los juegos son lugares comunes y tristes. Pero cuando decía las cosas como eran, parecía que eran mucho más grandes. Porque lo correcto es no decir nada: -" sé sutil y constante"- decía mi abuelita ¡Qué hueva! Y si le digo que hoy me cae bien, me gusta, lo extraño ¿Qué? Mañana probablemente no me acuerde ni de que existe. Eso pasa todo el tiempo y no se siente contradictorio simplemente porque nadie dice como se siente hoy. La intensidad no es lo mismo que el compromiso.
No lo quería todavía, se me antojaba investigar si hubiera podido quererlo. Lo más seguro es que hubiera investigado que no podía. Que no podíamos. Así pasa la mayor parte de las veces. ¿Es muy difícil decir eso sin que parezca una declaración de amor, o peor, de indiferencia que pretende? No es ninguna de las dos cosas. Quería ver qué tal nos caíamos, qué tal nos tocábamos, que tal éramos juntos en el cine los viernes.
¿Muy clavado? Puede que sí. A él lo corrí.
jueves, 10 de julio de 2008
Los tres pasos de Clinique
Me atacó la señorita de Clinique.
Entré como la ignorante que soy a decir que mis amigas informadas me habían mandado a comprar los famosos tres pasos de su marca. Me sentó en una silla banquísima, rodeada de luces y cremas blanquísimas. Todo era como un set de Odisea del Espacio. Me colocó frente a un espejo/lupa que enseñaba la realidad con una violencia innecesaria. Empezó a hacer preguntas y a marcar mis respuestas en una tablita luminosa, que hubiera fascinado a mi semi fascista maestra de primero de primaria.
- "¿Dirías que tienes la piel grasa o seca?" – me preguntó mientras su dedo se paseaba sobre mi nariz, comprobando de antemano si iba yo a decirle la verdad.
- "No sé. Grasa. Creo" – dije. Y su dedo resbalándose por toda mi grasienta cara, estuvo de acuerdo.
- "¿Qué usas ahorita para cuidar tu piel?"
- "Nada."
Me miró como si la hubiera insultado
- "Bueno" - dije tratando de redimirme - "un jaboncito limpiador"
Pero las dos sabíamos que mi jaboncito limpiador era palmolive.
Y de ahí, el espanto: mi piel no sólo es grasa sino que tiene áreas de intensa resequedad. El contorno de mis ojos camina peligrosamente hacia el envejecimiento prematuro. Tengo atisbos de grasa enquistada en las mejillas, que también tengo resecas, por supuesto. Mi zona T mejor ni mencionarla. Mis poros son como cráteres porque no me despinto en la noches. Tengo tendencia a las manchas y no uso crema de día. Conclusión: mi piel era un embargo de inicio y encima tiene que compensar 23 años de exposición irresponsable a los elementos. Diagnóstico aterrador, si alguno. Me lo merezco por ir a meterme al palacio de Hierro un martes en la mañana, en lugar de hacer algo útil. La señorita y sus inmensísimas pestañas me recetaron siete productos distintos y una rutina de tenía que dedicarse sólo a ellos. No me vio muy convencida.
- "¿No quieres que te apliquemos el primer tratamiento de una vez?" – me dijo, encaminándome hacia un cuartito trasero, altamente sospechoso.
Pero que no nos íbamos a tardar nada. Y que no me iba yo a arrepentir. Y que me iba a dejar como nalga de princesa. Y que yo la sigo hacia el cuartito, demostrando el libre albedrío de un ganso. Me acostó en una silla no tan blanca pero mucho más cómoda que la de afuera. Me envolvió el pelo en toda clase toallias y toallotas con velcros estratégicos y demás tecnologías misteriosas. Y ya que me tenía acomodada y bajo su absoluto control, la señorita de Clinique me llenó la cara de madres. No pude saber cuántas, ni cuales. Cada vez que trataba de abrir los ojos sus manos me recibían con un nuevo embadurnamiento y una nueva instrucción.
- "Este exfoliante es muy suave" – mintió mientras me tallaba la cara con una especie de piedra volcánica. – "Este astringente se pone una sola vez y en una sola dirección. Me dices si te arde" – y aplicó una sola vez y en una sola dirección una especie de thiner sobre mi súper exfoliada carne viva.
- "Me arde un poco" – dije con la voz castigada. Y para contrarrestar me bañó en una crema fantástica que fue como abrigarse con agua tibia.
- "Tienes una erupción en la frente" - No es broma, así me dijo - "te voy a poner un producto. Este si te va a arder un poco" - y atacó a mi frentecita con una especie de lanzallamas.
Así siguió con una crema y con otra. Cada una se fue volviendo un poco más irresistible que la anterior. Cuarenta minutos después mi tratamiento culminó con un masaje de ojos que apeló a mis más tiernos recuerdos de infancia. Salí medio dormida de la mano de la señorita. Sentía como que mis ojeras escupían luz y mis cachetes eran de terciopelo. Como que mi cara completa era un gran regalo para un buen novio.
Le compré todo a la señorita de Clinique. Tanto, tanto que me regaló una cosmetiquera espantosa y un rímel.
- "Muchas gracias por su compra señorita Aguilar. Cuando necesita algo más, soy Julissa, a sus órdenes" – me entregó mi bolsota y me mandó a la calle.
Con la piel mejor lograda del planeta caminé por todo el centro comercial y hasta mi coche. Con un orgullo y un propósito de enmienda dignos de Julissa y sus inmensas pestañas.
Bajé el espejo de la vicera para admirar mi recién adquirida brillantez: me veía como la novia de chucky. Las múltiples cremas me habían corrido el rímel y quitado todo atisbo de maquillaje. El grano de mi frente estaba rojo y encabronado. Mis ojeras parecían bloqueador de futbolista. Mi natural color verdecito era lo único que resplandecía.
Seis días después el único producto al que sigo fiel es mi jaboncito limpiador. El astringente me sigue ardiendo, por ahí del jueves se me olvidó si la crema rosa iba antes o después que la amarilla y todo el sistema colapsó.
Me atacó la señorita de Clinique. Julissa a mi órdenes. Infeliz.
lunes, 7 de julio de 2008
Mis papás son intelectuales.
viernes, 4 de julio de 2008
Un cuento de niña grande (Parte 3 de 3)
Los vi caminar despacio.
Ella le dió la mano con desconfianza, como alguien que no quiere que se note por qué otras partes de ese cuerpo ha pasado. Él la recibió con una falta de ansiedad que hizo evidente que, en efecto, se conocían cada rincón. Juntos no medían tres metros. Eran dos cuerpecitos perfectos, como novios en la punta de un pastel rancio, pero precioso. Ella tenía una peluquita cuadrada y negra, que se doblaba igual de un lado y otro sobre su cara. Su cara que era casi un dibujo: la serie mejor lograda de esferas y rectas. Eran una pareja de ficción mediocre; como una idea de lo que todo el mundo debería ser. Ella se movía como su pelo, de manera absoluta pero controlada, sin abrumar ni perder la perfección. Él se movía con una libertad hipnótica, cuyo éxito venía de una estructura pensada y ligera. Sus cuerpos eran una contradicción de mediocridad y alcance. Pero juntos eran una armonía con algún rasgo divino. Juntos eran un motivo para que el agua corriente se detuviera a contemplar.
Los ví alejarse y fue como si nunca los hubiera visto. Parados junto a mí eran dos enanos. No tenían más gracia que su esfuerzo constante por no mirarse, aunque todos supiéramos que cuando estaban solos, se miraban, sin duda. Parados junto a mí, daban ansia de tan poco interesantes. Parados juntos, lléndose a ser quienes eran, daban ganas de guardarlos y llevarlos a todos lados. Daban ganas de ser ellos. De ser su tipo de gente: aburrida, simple y remilgosa.
Dieron la vuelta y desaparecieron. Como rastro, ella dejó el sonido rítmico de sus zapatos; él la luz de un suéter verde que hacía juego con su cinturón.
Una carta vieja de amor o de algo así
Miro tus ojos cansados, vacunos, inmensos. Estudio tu cuerpo lacio, tus heridas frescas, tu ropa de vago millonario, pasada por la plancha de mamá. Te miro con método y con estructura para conlcuir que nunca serás nadie porque nunca serás mío. Tú no eres nadie más que un tipo que ha estado en mi cama, una piel sin memoria de mis manos. Te desconozco por completo y sin embargo tus huesos son mis viejos amigos. Tú no existes en mí. Existe, tal vez, tu cuerpo prensado y sucio, colgado de mi boca y así mío de vez en cuando. Tu piel y mi razón tuvieron un matrimonio de vino barato y un divorcio que no dió para una cruda digna. Boda de mal tino que dejó sólo tu espacio y mis ansias.
Mi genialidad tiene el mal gusto de tu risa boba. Qué inútil ser brillante cuando a ratos no me concentro más que en evadir la fluidez de tu mirada. Que límite tan terrible el de la inteligencia coartada por las ganas de alegría. Te quiero. Podría quererte mucho más. Pero el amor inflama la imbecilidad y yo (si soy algo) soy brillante.
miércoles, 2 de julio de 2008
Un texto viejo de mentiras, hombres y futuro.
Muchas personas me mienten. Estoy segura de que es mi culpa. Me mienten porque de algún modo saben que no me importa, que a veces me hace gracia la ficción que se siente verdadera. Me mienten los mayores, los líderes que me impongo, los hombres, por supuesto. De algún modo no me importa. ¿Por qué no ha de mentirme cualquiera? ¿Un cualquiera que trate de darse importancia? Me miente porque puede.
Quiero a ese hombre que no me mira. Por el motivo idiota de que no me mira. Peor que eso: me mira a ratos. Me siento observada de cualquier manera y tiemblo. Siempre tiemblo mucho más de lo que debería. Se me impone como el mundo que no debo detestar. Que no detesto porque odiar al mundo es cosa de gente mediocre. Y aunque a ratos me gusten mis malas caras (me gusta ser como soy a veces tonta, egoísta y malcriada) la mediocridad como estilo de vida me aterra. Hay que obligarse a querer al mundo, por ingrato, por consentidor, por traicionero: por guapo. Me pregunto siempre siempre cuál de todas las luces que me deslumbran en el camino estaría bien seguir. Cuál de todas las posibilidades de pena, de delirio, de juventud.
La incertidumbre de la corta edad es una obviedad dolorosa, es por eso que creer en los mentirosos es el único camino para exorcisar la duda. Las mentiras existen más claramente que las verdades porque las mentiras están respaldadas por un plan que el mentiroso elabora con cuidado. Las verdades en cambio simplemente suceden, sin propósito ni intención lógica, felices porque su condición de verdad las hace de inmediato inapelables. Las mentiras, benditas ellas, son la única forma concreta que hace la abstracción de la corta edad soportable. Mentir es hacer creer y las creencias son certezas. El fraude es más claro que la realidad. Tal vez agradezco a quien me miente porque me aclara la vida un segundo. Me da un momento. Y el momento certero es la mayor de las dichas.
Siento que paso mucho tiempo indagando lo que son las cosas, lo que son de verdad. Pero llego tan rápido al límite de mi capacidad conceptual que prefiero vivir de ficción. Confundirse es el mejor camino a la comodidad. Las mentiras acomodan. Son verdades aparentes en las que no hay nada que investigar. Calman el ansia de aclaraciones. Toda mi vida, mi corta, cortísima vida me he sentido vieja y por lo tanto sabia y por lo tanto digna de arrogancia. Pero estoy cansada de poseer lo que considero sabidurías ancestrales. Trato de pensar siempre. Entablo pleitos irreconciliables con la realidad impuesta.
Generalmente pienso y pienso sin lograr mayor cosa: el mundo es así, yo soy así, él es así. Si fueramos diferentes tal vez esto o aquello podría pasarnos. Como no somos diferentes, sino que somos como somos, me consuelo formulando hipótesis de realidad que son, otra vez, mentiras. Me miento rápidamente para neutralizar el ataque de la verdad. Mentiras suyas, mías y sobre todo del mundo hacen un esbozo de realidad certera. Quizá sea bonito pensar. Pensar en el futuro, pensar en el arrastre del tiempo, pensar en los hombres sinceros. Yo de verdad o de mentira, sólo trato de pensar.