Julieta se hincó frente a mí con una sonrisa de conspirador, sus chinos sueltos sobre la espalda y el olor a bebé que mantienen las adolescentes guapas - ´Dice Jorge que le gustas a Rodrigo´ - me dijo, con emoción de feria. No estoy segura de lo que contesté, pero debe haber sido alentador porque en cuanto sonó la campana del primer recreo (teníamos tres, mi prepa era lo máximo) Jorge apareció en la puerta para custodiarme hacia Rodrigo.
-´Tus zapatos son feos como los de Manolito, el de Mafalda´- fue lo primero que le dije.
Me habían aventado junto al desconocido en mitad de la cafetería. No tuve nada inteligente que decir, así que apelé al insulto.
- ´No sé quién es´- contestó él.
Sentí sus ojos sobre los horrendos tenis de platafora que yo no me había quitado en meses. Pero era educado Rodrigo. Y no dijo nada más.
Dos meses después le desapareció una parte crucial de la educación. Si me concentro suficiente vuelvo a sentir sus dedos fríos en mi cintura, los primeros que llegaron.
Se presentaba todos los días con una carta de amor eterno, depositada en los soportes técnicos más variados: modelos de paletas pica piña; inmensas cartulinas pegadas por el patio; envolturas de todo tipo de chicles, dulces y chocolates. Escribía con una ortografía de su invención; con una entrega simple, fácil, digna de la falta de miedo que sólo puede tener un niño de 16 años. Tenía una sonrisa de amplitud envidiable, que brillaba en verde por las ligas de sus brackets. Me tocaba como si fuera lo último que iba a tener entre las manos. Yo me daba el lujo de sentirme agobiada.
Cortamos. Él se hizo el interesante. Yo me hice la víctima. Fuimos tan crueles como nos lo exigía nuestra cortísima edad. Volvimos. Vimos Mary Poppins besuqueando en un sillón. Visitamos a mi abuelita. Nos regalamos juguetes. Me cargó por toda mi casa. Le enderezaron los dientes. Nos mojamos en el patio. Cortamos. Él me dejó de hablar. Yo lo perseguí como si hubiera sido su casera. Volvimos. Empezó a vestirse como un príncipe. Yo me hice de otros tenis feos. Dejó de escribir cartas. Dejé de pensar en él. Nos aburrimos. Y así. Un tiempo.
Hasta un día.
- ´Hola Tiri´- me dijo, con la naturalidad de la casi infancia.
- ´Hola Urro´ - dije yo, con la sonrisa contenida.
-´Hay que hacer algo ¿no?´- dijo él.
Hicimos algo.
2 comentarios:
Me rehuso a seguir llorando a media agencia con tus posts. Que lindo es! Sobre todo e sla descripción perfecta. Gracias por lo de las caderas perfectas by the way, ves? Sólo tu me dices cosas tan lindas.
me gusto mucho,
muy bueno el blog =)
un saludo
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