Tengo la mala fortuna de hacer mi servicio social en una asociación de fachada laica y corazón de María. En honor a la verdad, no hago casi nada. Seis meses pasan como una brisa sobre mi responsbilidad. Horas liberadas van y vienen sin que yo me presente. Hasta que un día… Un día organizan un congreso titulado “Comprendiendo la homosexualidad” y ahí caigo, señores. Decirlo me apena. Sinceramente. Ahí caigo a ayudar en la realización de un congreso cura-gays. Es espantoso. He aquí un recuento:
El viejito loco que da la conferencia principal se llama Joseph Nicolosi. Me recuerda a alguien, no se a quién, seguramente a alguien siniestro. Cuando se emociona se parece como al duende verde de Spiderman. Igual de gay, también. No le hacen falta ni las mallas. Declara que las causas de la homosexualidad masculina son una madre castrosa y un padre ausente. Tiene toda la pinta de ser el típico doctorsucho de buenas maneras que termina en el número 16 de las pink pages, involucrado con alguno de sus pacientes. Alguno bonito.
Nicolosi declara que ese juego semi-sádico que algunos padres juegan con sus hijos, en el que el padre avienta al niño al cielo y lo cacha. Y vuelve a aventarlo y lo cacha, etc. Mientras la madre, desde un rincón del jardín, grita - “ DONT! You´ll drop him on his head!” - es vital para la no putización de crío siendo aventado.
– “He might fall on his head. But at least he´ll be a heterosexual” – dice el doctor con un rigor científico digno de Kevorkian – “That was a joke” – dice después. Pero nadie se ríe.
La falta de cariño físico y de entediemiento claro entre el hijo y el padre es también una causa muy imporante para la temible homosexualisación de las criaturas. Un buen padre debe ocuparse de que su hijo no se convierta en un heterosexual con desórdenes homosexuales. Así los llaman. Por que los homosexuales no existen, by the way, todos son unos heterosexuales enfermos. Ah no... perdón, no podemos decirles enfermos porque el público ha sido lobotomizado por el gay affirmative message y si los llamamos enfermos nos corren de la American Psichological Association. Pero eso son, aquí entre nos: enfermos – por eso los curamos - ¿Sabían ustedes que la comunidad homosexual fuma más que la heterosexual? No sólo eso. También se mansturba más y tiene más sexo (Éstas últimas son pruebas irrefutables de su perversión, porque como todos sabemos, eso del orgasmo no es de gente sana). Total que un padre responsable que quiera un hijo machín debe practicar toda clase de deportes de contacto con el niño, al tiempo que lo hace hombrecito a base de juegos puramente masculinos y de preferencia violentos como el futbol americano o el burlarse juntos de su madre. Esa es otra cosa, nos informa el Doctor, que los niños aprenden de este sádico ritual que consiste en aventarlos al cielo y dejarlos pensar que igual no los cachas – “Danger is fun” – lección vital para que a la larga no les vaya a gustar el vecino.
Todas la madres son omniprescentes y funestas, nos dice, con una claridad envidiable. Es por eso que los padres deben estar presentes: para crear una complicidad en contra de ellas. Y pasa sin trámites a contarnos la tierna historia de cómo cuando su propia madre divagaba y decía nimiedades como si no hubiera mañana, él podia voltear con su padre y recibir una mirada de entendimiento que decía – “Sí hijo, estoy contigo, lo que oyes son puras pendejadas” . Conclusión: El doc. está bien adaptado y le gustan las viejas. O eso dice. Todo porque a muy buen tiempo, se unió con su apá pa buralrse de ellas.
Cuando los niños no tienen complicidad con sus padres, dice (elocuente como él solo) buscan complicidad e intimidad con otros hombres. Y eventualmente se besan sus bocas y se tocan sus cuerpos y así.
El perverso doctorcito dice más cosas, pero todas redundantes. Y cierra su alucinación doctrinal (por lo menos en mi memoria) con una sentencia preventiva que me parece EL catchphrase del día - “Fathers: hug your sons or other men will” – Dios no lo permita.
Y no lo permite en los estudios de caso que presenta otra doctora igual de perversa pero más pendeja en el salón de junto. Nos cuenta la historia de Jesús, un puertoriqueño de buenas y sodomizantes intenciones, que abandonó el mal camino cuando su tocallo el hijo de Dios nuestro señor ¡Jesucristo mismo! se le apareció. Aparentemente la divinidad encarnó con el sólo propósito de decirle que se casara con la pobre infeliz que hoy lo aguanta en un matrimonio que, estoy segura, no provee una erección entre sus sábanas ni con toda la voluntad de los dos jesuses invlucrados. Y con decirles que Jesús es el caso menos interesante, les empiezo a explicar la mala obra de la que fui parte el funesto día tercero de un mayo.
Nocolosi, la eminencia original, no vuelve a aportar mayor cosa de su propia inspiración. Pero no teman: nos deleita con sesiones enteras de su maravillosa terapia, poniendo una cámara sobre los hombres que lloran en su diván. Uno llora, de manera muy clara, porque atesora las preciosas nalgas masculinas que le pasan por enfrente en el baño del gimnasio. La voz de Nicolosi lo consuela diciéndole que no es su culpa. El asunto es que su padre ausente nunca lo llevó al gimnasio a realizar actividades de Hombres. - Yo lo veo sentado junto a mí, viendo el balcón absoluto que le está recetando a sus pacientes, y me pregunto como por qué no estará en la cárcel el Dr. Nocolosi.
Todos sus pacientes lloran, pero unos de forma más elocuente. El último llora como una caricatura mientras confiesa que está enamorado de su mamá y grita entre sollozos gatunos – “Father!! Where are you? Why weren´t you there? I needed you!” – el pobre hombre se limpia los mocos y el sadismo de su terapeuta se cofirma cuando lo oímos decirle, en el tono pervertido y sucio que lo caracteriza – “Thaaaats goood… Let that out…” - and so on.
Cerca del final del evento otra psicoanalista nos explica cómo ha puesto en práctica una terapia cura-gays parecida a la del Dr. Nocolosi (nuestro clásico inolvidable). Su terapia ha sido un éxito rotundo, nos dice la ñora. Pero verán que miente: cuenta del caso semi resuelto de un paciente suyo que se curó de sus desórdenes homosexuales y ahora está casado y tiene hijos. Todos suspiramos con alivio hasta que nos cuenta - “Sin embargo hace poco tuvo una recaída y se involucró con un hombre. ¿Qué se puede hacer?” – pregunta la tarada – “¿Para que no vuelva a recaer?”. - "¿Qué se puede hacer? Puede informársele que es usted una farsante y su matrimonio es la verdadera recaída" - digo yo. Ella se tropieza con su propio argumento y no nos ofrece ninguna respuesta.
Momentos después el infeliz de Nocolosi vuelve a podium. Una pobre señora se levanta y le pregunta qué puede hacer ella para que su hijo vaya a su terapia y se alivie de su casi mortífera dolencia. Lo pregunta con tal ingenuidad que uno asume que su hijo tiene 14 años y se lo encontró viendo Titanic con un poco, demasiada, emoción. No. Su hijo salió del closet hace ocho años y vive con un hombre en Canadá. No hay nada que hacer. No importa cuántos días se siente su pobre madre a escuchar a una bola de loquitos que declaran lo contrario. Todavía dice, la desorientada mujer, que su relación con su hijo se deterioró tantísimo cuando salió del closet (primero se equivoca y dice socket, lo cual le da la vuelta al ridículo de tal modo que uno empieza a tomarla en serio) Antes su hijo le contaba todo y era tan cariñoso… Ahora es simplemente cordial. La pobrecita no parece ver la relación entre quererlo “curar” de quién es y que le haya perdido la confianza.
Después de dos días de oír esas y muchas otras aberraciones, he logrado tomarlo con filosofía y reírme de todo lo que escucho. Incluso cuando algo de lo que estos cabrones “médicos” declaran me parece de verdad peligroso y quiero enfurecer, algo más lo exagera y lo vuleve tan ridículo, que vuelven a caer de boca sobre su profundísimo humor involunario. Me río mucho.
Pero cuando un niño de no más de 17 años se para a decir que él está yendo a terapia con sus papás, porque quiere curarse, se me cae la burla al suelo.
Pobre hombre.
Quiero acercarme a decirle que está rodeado de locos y que él no puede "curarse" porque no tiene de qué. Quiero convencerlo de que el deseo de sus comisuras no merece angustia, sino avidez. Quiero exigirle que sea feliz y que se haga de un novio de manos grandes y maneras tan suaves como las suyas. Pero a mi alrededor todos lo tratan como que es admirable que esté tratando de volver al "camino del bien".
Tiene razón mi mamá cuando dice que no sólo no hice un servicio social. Hice un daño.