Me presenté la semana antepasada al foro del show de los sueños.
Para los que, como yo, no tienen la costumbre de tratar con el Canal de las Estrellas, les explico que el Show de los Sueños es una alucinación televisiva en la que la gente canta y baila haciendo un show, para que (a ellos, a sus hermanos, hijos o vecinos) les hagan realidad un sueño. Ergo (muy apropiadamente): El show de los sueños.
Ahí fuimos, Lumi y yo, a ver a Alan. Alan que hace casi un año tuvo la generosidad de venir a Tabacotla a actuar en mi corto de titulación y volverlo una maravilla. Alan al que durante largo rato fuimos a ver cantar Mecano para salir admiradas y eufóricas. Alan que llevaba no sé cuántos domingos teniendo la amabilidad y la disciplina de hacer un show para cumplir un sueño.
Tuvo también la ocurrencia de invitarnos a verlo. Y fuimos.
Solamente Televisa. Solamente ese monstruo abarcador puede tener un foro al que le quepan tal cantidad de aberraciones y maravillas. Son tantas y tan disparejas que no se prestan a una descripción cabal. Toleran mejor (más o menos) una enumeración:
1. Entran en ese foro los inabarcables pechos de Ninel Conde y su aún más expansivo trasero. La mujer es un fenómeno de la naturaleza y el cuchillo: de frente su cintura mide un máximo de veinte centímetros. pero cuando se voltea, el perfil de sus mamaceables protuberancias no parecen caber por una puerta regular.
2. Entra ahí la enorme cabellera-casa-de-pájaros que reina sobre la cabeza de Amanda Miguel; y la amargura que Emma Pulido debe llevar entre esas sus piernas chonchas que alguna vez fueron tan preciosas.
3. Entra en ese foro la impresionante parlanchinería de Adal Ramones, su pequeñísima figura y su estulta eficacia.
4. Entra la carita triangular y redentora de una tal Priscila a la que yo nunca había visto pero que, me dicen, tiene unas balas de plata que gozan de fama internacional.
5. Entran también una cantidad imposible de broches dorados, rufles y olanes, tules corrientes, licras amarillas, ombligos desnudos, escotes firmes o móviles, pantalones brillantes, bandós y lentejuelas; entran una bola de intrigas poco sofisticadas y de intenciones ambivalentes; entran dos o tres trampas y actos de manipulación; entran varias buenas vibras e intenciones; entran todo tipo de lágrimas: falsas, negras, sentidas o moquientas; Y de vez en cuando ¿cómo no? Entra algún número espectacular.
6. En mitad de semejante sobre-exposición sensorial, entran también en ese foro (como agua limpia) el terciopelo de la voz de Alan y la transparencia de su buen ánimo. Entran su estampa fuerte y su nariz recta. Entran su sonrisa fácil, su falta de miedo y sus ganas de alegría.
"Pobrecito" - le dije a Lumi, mientras lo mirábamos bailar desde un balcón.
Ella sonrió porque es parte de mi esquizofrenia familiar y entiende que cuando yo pobreo a alguien lo que estoy haciendo es admirarlo. (No sé de donde nos vendrá esa mala maña, pero a estas alturas es inexorable. "Pobrecito" – decimos cuando alguien se gana un premio impresionante, se ve guapo en la mañana, o hace cualquier cosa muy muy bien).
Y pobrecito dije yo viendo al actor girar, cargar y pisar como un bendito.
Me provoca una ternura inexplicable ese niño que es más grande que yo, y tan guapo que francamente debería provocarme cualquier otra cosa. Pero no. Me enternece, Alan. Me enternecen su talento y su bondad colocados en el centro de ese monstruo. Me enternece como un niño de brazos a su abuela chocha.
Eventualmente se acabaron los bailes y antes de irnos fuimos a buscarlo.
"¡Directora! ¿Qué tal el circo?" - nos dijo, ya envuelto en su décimo atuendo brillante de la noche.
"Estás padrísimo" – le contestamos.
Y sí está. Pobrecito.