A estas alturas todo el mundo escribe un libro.
No se puede caminar por una librería sin adquirir esa certeza. Uno se encuentra con que David Archuleta escribió su biografía. Tiene 18 años, David Archuleta, creo quedó en segundo lugar en alguna temporada olvidable de American Idol. 18 años y suficiente material para escribir una autobiografía de 400 páginas. Todo el mundo escribe un libro. El best seller del año es la secuela de la serie Candy; que según me he enterado (en un regaño vigoroso de un gordito con el que voy al colegio) es el recuento aventurero de una tal Lauren algo que salía en una serie que TODO EL MUNDO tuvo tiempo de ver (no se cómo hizo todo el mundo cuando está tan ocupado escribiendo un libro). ¿The hills, puede llamarse la serie de la famosa Lauren? ¿The Valley? Algo así californiano e indispensable.
Total que todo mundo escribe un libro y qué mejor. Como hay tantos, se confunden, se dan por dados. Se notan los de Candy y Archuleta; igual que se pierden miles de otros que deben ser dignos de verse.
Tengo la peligrosa sospecha de que este libro que estoy leyendo podría cambiarme la vida.
Es las dos cosas: notorio (aprobado por Oprah, su autor en la portada de Time) y digno de todo el amor, desmesurado o cabal, que la ficción provoca.
Es una de esas obras - se les llama obras porque no hay una manera menos pretenciosa- que incitan al cambio radical. Es una novela, o sea puras invenciones, palabras que atragantan y lastiman y purifican.
Pero es una de esas invenciones de apariencia inofensiva que tras ser absorbidas exigen una consecuencia drástica. Dependiendo de quién seas y tu situación vital exigirá un divorcio, un suicidio, un poco de sexo arrepentido; o quizás un viaje al altar, un baile suelto por una calle sucia, un festival de piel desnuda y satisfecha.
Freedom, se llama. Lo escribió Jonathan Franzen. No puedo decir nada nuevo sobre él. Está reseñado en miles de publicaciones americanas y no. Todo mundo habla en esas reseñas de su estilo práctico, simple, correcto. De su honestidad, de la claridad de sus retratos, de la precisión con que observa y reseña el mundo.
Lo que sea. Es uno de esos libros.
¿Cómo dice la historia? Uno debe plantar un árbol, escribir un libro ¿tener un hijo, es la tercera? Pero si uno hace una de esas cosas muy muy bien quizá pueda saltarse las otras. La mamá de Mozart puede obviarse lo del libro, quien haya plantado a Grandma Willow puede morir tranquilo sin descendencia. Y así.
Jonathan Franzen que no plante un árbol.
Y todo mundo a escribir un libro. A cambiarle la vida a alguien. Que no hace falta ya ni perder la vergüenza.