Dicen que no puedes soñar con un desconocido. En los sueños, las caras que no reconoces, son gente que has visto sin poner atención. Los desconocidos caminan frente a ti, sobre ti, todo el tiempo. Si a veces te detienes a verlos, no puedes más que inventarles una historia. Sólo porque puedes. Porque están frente a ti y da ansias no saberlos. Los desconocidos adornan y son padres. Extrañar a un desconocido es imposible. Un desconocido es diferente a un extraño.
Un extraño es un desconocido que te presentaron. Un desconocido que has visto varias veces. Un desconocido que dejó de serlo porque te llevó al cine algún miércoles; porque te dio la mano en una borrachera; porque le ganaste un duelo de guitar hero; porque cuando lo viste deliberadamente, te recordó algún cariño viejo. A un extraño decides dejarlo entrar. A tus sueños y a tus imaginarías. No sabes quién es, pero a veces lo piensas. Piensas en cómo sería si dejara de serlo. Te da curiosidad duradera. A veces un extraño promete volverse indispensable. Y lo imaginas completo. Y sin tener idea, te concentras en él.
Te concentras en el extraño que sin parecerse a lo que andas buscando te da, en dos palabras, exactamente lo que quieres. Alguien que siendo completamente distinto a ti, venera las mismas cosas. Que presume de haber descubierto el agua tibia y en el fondo sospecha que jamás descubrirá nada. Que sufre y pretende de más. Provinciano y cínico. Brillante e inerme. Te ha visto dos veces pero las dos tuvieron un instante de rendición tan absoluta, que la imaginación te lo vuelve adictivo. Y haces cosas que no harías y no entiendes. Y te desgarras en la tarea inútil de descifrar lo que no has visto. Sin herramientas y sin ventajas, estás de pronto puesto a observar cualquiera de sus atisbos.
Llegas de una fiesta a las seis de la mañana. Y tus amigos son simpáticos. Tus amigas mueven la cadera con exactitud. El trabajo que te espera el lunes es divertido. El hombre que te persigue se ve precioso en tu almohada y se vería igual tomando té con tu mamá. Te detienes en la puerta a contemplar qué podría mejorarlo todo. Te odias por intuir que hay algo que mejorar. Pero es el extraño. Te cae de pronto. Como un plomo. Como la respuesta precisa: es su posibilidad. La posibilidad de este extraño, mejoraría lo inmejorable.
El extraño lo es, casi por completo. No te besó suficiente. No mediste el efecto de sus manos en ti. No te ha acompañado ninguna pena y ninguna alegría. Te ha dado pocos motivos. Ninguno muy bueno. Y de cualquier modo te lo preguntas. Te preguntas si te habrá dejado entrar. Si te habrá inventado la mitad de las historias que te mereces. Si conocerlo te decepcionará tanto como te imaginas. Te preguntas porqué te preguntas por ese extraño, habiendo tantos otros. Tantos que han sido mejores en la expectativa y en la práctica. Te preguntas por su infancia, por sus intenciones y por las partes de su cuerpo que no verás. Te preguntas por sus hábitos, por sus miedos, por el color de su cama.