No toqué a Bunbury. Estaba frente a mí y no lo toqué. Cuando me di cuenta se había ido. Y perdí el tacto de ese extraño sin tenerlo, como se pierden las cosas más fundamentales.
Apenas ayer me enteré de que quizá podría tocarlo. Y casi me desmoroné de angustia. Estaba comiendo en mi casa un amigo de mi madre que hace música. Y es un genio que hace música. Música de esa que te reconoce el instinto y te cambia el cuerpo y te descubre el paso. Se ha burlado de mí porque quiero tocar a Bunbury…Como si no hubiera mañana. Me miraba como si dijera (con toda cordura) - “Me estás tocando a mí y ahora quieres bajar de liga”. Y tenía razón.
El problema es que Bunbury no es una elección racional. Yo no lo admiro. Yo soy su fan. Y como buena fan no puedo sentir su trabajo con la cabeza, sólo puedo sentirlo a él con las comisuras. Como buena fan, vuelvo todos sus actos el mismo y me emociona igual cuando se mueve y se sienta que cuando escribe algo brillante.
Confieso sin mucha pena que llegué tarde a la adoración que ahora me es tan inmediata. Mi novio de la infancia tuvo que arrastrarme a un concierto de Bunbury en contra de mi voluntad, sin que tuviera yo registrada ni a la sirena, ni a la chispa; del club de los imposibles mejor ni hablar. Entré a ser condescendiente y salí flotando; presa de una euforia de esas que ya no se quitan.
Y de ahí yo, que admirando a tanta gente no soy fan de casi nadie, fui poniendo en los brazos de Bunbury toda clase de absolutos. Poco a poco y sin que tuviera nada que ver con él, tocar a Bunbury se me volvió un ideal transformador.
Tocar a Bunbury para tocar la infancia y la posibilidad. Para tocar todo, absolutamente todo lo poco que he perdido. Tocar a Bunbury para recuperar alguna certeza, para tener junto al mundo, para no dejarme atrás.
Tocar a Bunbury que se paró en el escenario del auditorio que Chabela Vargas acababa de reclamar. Chabela que no se parece a mi abu en nada y que me la recordó: tiene las mismas curvas en el cuello y el mismo fervor general. Tocar a Bunbury que se paró en el escenario cinco minutos después que Alisse. Alisse que tiene las piernas preciosas que mi abu tuvo, idénticas, pero más largas. Tocar a Bunbury que no tuvo el lujo de ver a mi abu. Mi abu que se fue antes de tiempo. Mi abu que no hubiera entendido el poder de una pasión tan abstracta como querer tocarlo.
Pero si tocando a Bunbury tocaría el agua tibia, tocaría un jardín viejo o una cama interminable; tocando a Bunbury hasta podría tocarla a ella. A ella que no supo quién era y no hubiera querido saber.
Porque tocar a Bunbury no es tocarlo a él. No es tocar a un señor español que tiene primer nombre, oficio y voluntad. Tocar a Bunbury es tocar una pieza de ficción, tocar a un hombre de otro tiempo, tocar las esquinas de una esfera.
3 comentarios:
El estilo de Bunbury me recuerda mucho a Q Lazzarus en el silencio de los corderos con su interpretación de "Goodbye Horses"
Tenía 14 años y fue Maldito Duende la canción que me llevó al rock y a toda una vida adolescente admirando a Enrique Bunbury. 11 años después, afuera del metro auditorio estaba ahí; cabello chino, uñas negras y rosas despintadas, lente oscuro pantalón pegado. Tranquilo, frente a un puesto de cd's piratas, observando su disco "Enrique Bunbury grandes éxitos". Tocar a Bunbury (como dices) se convirtió entonces en una necesidad absoluta. Me acerqué, estiré la mano y escupí lo que mi mente confundida pudo decir. Lo inesperado volvió ese momento aún más especial, y como ferviente fan que soy del tipo, te puedo decir con orgullo que me despedí con esto: “Gracias Enrique, por ser parte del soundtrack de mi vida”.
Yo tmb soy fan de Bunbury y no quiero tocarlo pero si empedar con él y con mi padre jajajajaja el otro músico cuyo nombre reservas y sí definitivamente Bunbury es un sountrack de vida... besitos Cati t quiero mucho...
Publicar un comentario