lunes, 13 de octubre de 2008

Un texto viejo de tristeza, dudas y ficción.

En la película hay un foro negro, enorme y lastimado por la idea que alguien tuvo de lo que debe ser el cielo cuando la vida es maravillosa.  Dos manos grises recogen piedras de plástico  y despiertan el vidrio de la ventana que las mira desde muchos pisos arriba. Se asoma con gracia la perfección en falda. 

“Ven a ver la luna falsa”- le gritan desde abajo las manos.  Cuando la vida es maravillosa en blanco y negro, las piedras tocan la ventana y el amor precoz es fácil.

Pienso que yo quiero piedras en mi ventana.  Por eso me enamoré del desconocido que no hace tanto las lanzaba contra la ventana de otra mujer.  Me enamoré de mi deseo cumplido, el deseo de la recién llegada, cumplido en las ganas de la mujer oficial.  Tuve entonces la certeza de que el desconocido podía cumplir en mí el deseo de cualquier otra.

 Mejor que todo  es la certeza como el deseo primario, que se cumple en línea recta, fuera de los espirales propios del instinto que se enamora.  Me enamoré en un circulo recto, como una esfera fácil.  Y fue un lugar limpio, completo, irrepetible.  Después vino el mundo, callado, a mover esa fragilidad larga como si empujara a un equlibrista. Mi mundo cortó la cuerda, se cerraron las bocas y el circo. Nadie quizo entrar. Había elefantes flacos y cubetas muriendo en las esquinas. Había esa música fría y terrible que hace llorar a los payasos y a los niños. Una música de farsa que clama por la siguiente entrada.

Después de la esfera viene el mundo, el instante se termina, entra un dolor que se dobla sobre sí mismo para crecer y viajar como la miel. Así siento la tristeza salirme de los ojos, como miel que no se contiene, que me recorre lenta. En las noches la siento moverse con mi cuerpo: todo el peso a la derecha; una vuelta y el líquido se recorre con gravedad hacia la izquierda. Miro hacia arriba y la siento equilibrarse como ancla sobre mi cama. Me pesan los tobillos con ese líquido duro que no ha terminado de volverlse agua para salir fácilmente. No es un peso violento, sólo cansado. Estoy llena hasta la mitad de esa miel que me empuja a estar inmóvil. Cuando camino se mueve en mis piernas y vacía mi cabeza irremediablemente. Entonces pienso en cómo se siente su línea de dolor espeso en mi cintura. Me entrego a esa miel de tristeza para ver si me innunda, para ver si me desprende de mí por completo y me permite salir de mi amor por mí.  Salir a mi amor por alguien.

Me gustaría aprender a hablar hacia una sola persona cuando los cuartos se llenan. Mi mejor amigo se llama como esos pájaros negros que no parecen extrañar nada. Lo quiero porque sabe hablar sin pena de un sólo par de piernas. El par que le gusta. Sabe declarar que nada le importa más que la mano que tiene en la curva de alguien. Yo le creo porque su declaración tiene una arrogancia indiferente al aburrimiento. Se entrega sin la gracia espontánea de quienes hablan para el cuarto entero. Se entrega con la certeza de que no habla para nadie que no haya estado junto a él en un cuarto húmedo y cerrado. El cuarto lleno lo odia mientras la curva se pega a su mano, agradecida de inicio por la intimidad expuesta. Yo me burlo, el cuarto me admira, y así los reconozco como mi mayor aspiración de entrega. Yo quiero aprender a hablar para un sólo par de manos, quiero aprender a darme hasta ser el agua limpia que se mueve por algún cuerpo.

El problema es que soy juventud agradecida en lugar de rencorosa. A mí no me enseñaron nada que no sea digno de recordarse. Mi padres no se dejaron, tampoco se besaron como niños frente a mí, ni me convencieron de que era bueno ser malo en la cama. Mis maestros no me dijeron que las grandes mentiras eran buenas explicaciones, mucho menos me obligaron a aceptarlos como una verdad libre de apelación. No tuve curas expositores de la culpa que se hereda y los castigos espirituales. No soy  juventud desencatanda de lo que me han dicho.  Vivo, más bien, en el pánico de la perfección teórica. Tengo completa libertar de elección doctrinal. Campo abierto para ser inalcanzable. No conozco los juicios filiales, por eso no estoy preparada para decidir  lo que no quiero ser.

No existe en mí la mujer fácil, administradora del ingreso conyugal que a todas nos viene tan bien desde siempre.  Tampoco existe en mí la mujer sola, dueña de su impacto y desdoblada sobre su propia eficacia.  No hay rastro en mí de una mujer  absolutamente fuerte, ni de una infinita, ni de una frágil. No existe. La duda es la única falda que se reconoce en mí.

Lo que me queda un cuerpo incómodo y expectante que se mueve conmigo por límites claros.  Lo que me queda es la alegría aprendida; un par de imágenes con propósito de enmienda. Lo que me queda es el orgasmo limpio, solitario, trabajando en el olvido de su entrega tácita. Lo que me queda es el peso de la humedad individual y los dientes apretados y las ganas de rendirme.  Me queda la incertidumbre del final de las batallas; el temblor de su único principio. Me queda la vida. Me queda el mundo. Me queda el agua corriente.

Soy el miedo de las rebeliones contra lo perfecto. No quiero moverme nunca de esta película blanca. Yo quiero entregarme a  dos manos para que la vida sea maravillosa y falsa. Yo quiero tener mentiras que olvidar; mentiras que no me haya dicho yo. Yo quiero tener la certeza de los cristales y de los hombres. Yo quiero (fácilmente) tener piedras en mi ventana.

3 comentarios:

Javier dijo...

You're just pure, dazzling, undiluted awesomeness my dear.

Love you lots. Considerably more each day.

Manuel dijo...

Waw, que difícil dejarse llevar por uno mismo, nadar contracorriente y sobrevivir, aprender de los fracasos y salir de frente a la vida.
También es bonito coleccionar piedras y emociones en la ventana que ve hacia el exterior y estar presto a salir a la batalla.
Me encantó

descafeinada dijo...

javi´s just tight. you´re just something else babe. i´ll go throw pebbles on your window.