domingo, 5 de abril de 2009

Escribir

Llevo algunos meses ocupada en la tarea de aplicar a un sin número de escuelas en las que habrán de enseñarme a escribir. Entre sus múltiples requisitos de entrada está la exigencia de que yo demuestre que tengo formas elocuentes, de preferencia elocuentísimas, de reseñar mi relación con el trabajo del escritor, la responsabilidad de mis letras y demás cosas padres. Me dicen que tengo que demostrar mi intensa pasión por la escritura para que me dejen poner pie en sus aulas. Aulas que aparentemente estarán plagadas de gente que tiene reverencia por el sujeto y el predicado. Me he encargado de construir ensayos, cuentos y entrevistas para convencer a una bola de extraños de que tengo una relación armoniosa con eso de poner una palabra frente a otra. Bajo semejante presión me he lanzado de manera inconsciente a hacer toda clase de discursos en torno a mi relación con la escritura: que si disfruto el proceso; que si la fantástica náusea de la página en blanco me persigue y me llama; que si paso tardes enteras reflexionando en torno al frencuente uso de la letra E. Puros choros. 

Si he de decir la verdad, me cuesta trabajo hablar de la escritura. Me queda demasiado cerca. Mis padres se han hecho con ella quienes son y con su ayuda han hecho la parte de nosotros que les tocaba hacer. Mis familiares son capaces de citar la mala ortografía como un defecto de carácter. Mis novios han sido expertos en mandar correos desgarrados o desgarradores, llenos de cosas que jamás dirían en voz alta.  Mis amigos escriben cartas largas y bien pensadas cuando mandan un mensaje por facebook. Es irremediable: en mi entorno la escritura es la forma más precisa y  bienvenida de relacionarse con el mundo.

El asunto no se trata de mi relación con la escritura tanto como se trata de su relación conmigo. Me informa el paso siguiente: a veces hago cosas nada más para ver si me dan algo que contar; me ha dado por enamorarme de alguien  por que tiene un gesto que sería un reto poner por escrito.  Imaginarme cómo quedarían escritas es un vicio que pasa por todas mis interacciones.

Me queda muy cerca. Así es esto del karma familiar. 

5 comentarios:

Felipe Cervera dijo...

Te entiendo...a mi me pasa con la tele.
Pero dejando al lado el karma, que no es mas que el conglomerado de las consecuencias de nuestras decisiones (hasta las mas inconscientes), que bueno que escribas. Tus letras son un espacio/tiempo independiente de las ficciones personales; un respiro del tren mental y una ventana a las letras e del paraiso ajeno. Que bueno que escribas.Que bueno que no lo dejes de hacer. Es mas, atrevome, un dia escribime un cuento para contarselo a mis hijos cuando sea tiempo de que el karma de la tia Cati suene en sus suenios. Te quiero bombon.

Pequeña Capitali$ta dijo...

Aceptada. Qué oda más grande.

Mi reina no sabes cuánto adoro leerte.

te quiero tanto y más.

descafeinada dijo...

escribes (punto) hay quiene shilamos una palabra con otra y en los mejores días tiene sentido, pero tú escribes. por faceboo, por celular, en post its y claro en 400. te adoro y nada me hace más feliz que leerte (bueno, tenerte en frente si)

Leti dijo...

Pues te ha tocado un karma muy bueno! y estoy segura que tus profesores muy pronto tendrán que decir: "pobre del profesor a quien no superen sus alumnos".
No te dejes avasallar por "los requisitos". El talento lo tienes.

Marco Antonio Millán dijo...

Pienso que bien podrías aplicar en esas escuelas, pero para enseñar¡¡¡ (y en tantas otras)...