jueves, 31 de diciembre de 2009

Chetumal de posibles

Vinimos a Chetumal, pueblo caribeño y fantástico donde nació mi papá, sus hermanos y el resto de la parentela; pueblo del que huyeron hace ya muchos años cuando vino un ciclón y se llevó lejos las casas, los caimanes y la audacia de la honorable familia Aguilar Camín.

Llevamos apenas tres días aquí pero ya me han pasado tantos posts por enfrente que no he podido escribir ninguno. Así que decidí dejarlos todos aquí, con sus títulos y sus posibilidades, desmembrados como promesas que no me da la cabeza ni el clima para cumplir. Van:

1. Selva, mar, historia y juventud

Este primer post que no voy a escribir empezaría contando que así dice la primera estrofa del himno de Quintana Roo, a que no sabían que Quintana Roo tenía himno. Diría también que el coro termina cantando "la tenacidad como virtud, eso es Quintana Roo" y comentaría que realmente la tenacidad es mucho mejor cualidad para desearle a un pueblo que la valentía.

Escribiría de la cantidad imposible de mitos y leyendas sobre los que se ha construído este territorio, del amor absolutamente ciego que le tienen todos sus habitantes, del orgullo con que andan por éstas calles y sus casas pintadas de anaranjado y verde pistache como si anduvieran por las glorias del París de cambio de siglo.

Contaría cómo mi papá se convierte aquí en el cacique mandón y encantador que debe haber sido en la infancia. Que lloró recordando todo lo que se le ha ido perdiendo en la vida y que recupera de pronto cuando regresa a esta tierra. Que me hizo pensar en mi abuelo, que tiene casi cien años, el suelo perdidio y la obsesión de volver también aquí y recuperar un imperio imaginario que, él está seguro, lo sigue esperando en la selva de los alrededores.

Haría toda clase de comentarios intensos, como a la Gloria Etefan, sobre el poder de la tierra natal.

Cantaría “Suéñame Quintana Roo, no me vayas a aolvidar, quiero estar dentro de ti, cuando el sol te empiece a acariciar” y contaría que semejante cursilería de letra hizo llorar a propios y extraños hace dos tardes, porque somos cursis y porque el amor a este lugar se contagia como la euforia en los estadios.

2. Cabrón Andrés

Este posts sería altamente irregular y falto de vergüenza. Consistiría en molestar a mi poca audiencia masculina quejándome amargamente de que se me atrasó la regla y entre la sal de la costa y el acumuliativo PMS, retengo agua como puerco de engorda; me duele la espalda baja como a una anciana; y siento que mis pies y boobs explotarán en cualquier momento. Debatiría horas si debo escribir boobs o pechos o tetas (odiosos términos y palabras feas, todas).

Admitiría que me es difícil pensar en otra cosa, escribiría párrafos interminables sobre la injusticia de este karma que mi abuela llamaba la lata y la abuela en mí se quedó llamando Andrés (porque viene cada mes, para los que no conocen la ñoñería). Me burlaría de las múltiples mujeres que he oído gritar que no pueden ver sangre cuando alguien se corta con una hojita de papel. Vamos, hasta tendría el descaro de hacer una descripción incómoda y rigurosa de mis múltiples síntomas y particularidades anatómicas. Luego me entraría un ataque de pena y borraría más de la mitad dejándolo clasificación A.

Puesto así es bueno que no tenga yo cabeza para escribir algunas cosas, realmente.

3. Dos arcoiris y la luna

En este contaría que llueve en el pueblo caribeño. Contaría que el diciembre pasado mi hermana y su marido y todos nosotros tuvimos una pérdida que no puedo ni describir. No trataría.

Contaría que hace dos días fue aniversario de esa tristeza y que llovió como si alguien se lo hubiera explicado al cielo. Contaría que cuando paró de llover aparecieron sobre él dos arcoiris redondos y brillantes como dos consuelos; que en mitad de ellos y del día apareció la luna, blanca y limpia.

Contaría cómo mis sobrinos se asomaron a verla con sus caras y sus risas, mejorando el aire con su paso. Contaría que mi hermana es valiente como la luna y sus hijos inabarcables como dos arcoiris.

4. La casa de Santa Clós

Aquí aparecería el primo Aguilar que lleva veinte años decorando su casa de Navidad con tal ahínco que los niños del pueblo empezaron a llamarla la casa de Santa Clós. Todos los años se junta una bandota para ver cómo prenden las luces como si fueran el árbol de Rockefeller center. Y no es para menos, realmente, la casita tropical tiene más luces en una esquina de su fachada que diez cuadras de Park Avenue.

La mujer del primo fue presidenta municipal de Chetumal y durante su gobierno, por petición popular mind you, expandió su espíritu decoratovo al resto de la ciudadcita. Empezando por el palacio de gobierno que ahora brilla en amarillo, rojo y verde con una intensidad capaz de cegar a Mr. Magoo.

Seria un post muy cínico, políticamente incorrecto y mal recibido por los parientes locales, pero no podría evitar preguntarme ¿dónde carajos cree esta gente que vive? Estamos a cuarenta grados a la sombra y toda la ciudad está llena de muñecos de nieve, renos y luces blancas. Debe ser el condado con más decoraciones per cápita en el planeta tierra. Y es imposible no pensar que no podría venir menos al caso, es como colgar collares de flores y cocos en el Big Ben.

5. El sur

Este se trataría de una obviedad: México abarca ochenta y mil mundos.

Estando el Los Angeles rodeado de burritos, se olvida de pronto que existen el axiote y los papatzules. Pensamos en la frontera, en Tijuana y en Culiacán, se nos olvida Campeche.

Me preguntaría por ejemplo si el compa tijuanense sabe qué es el relleno negro. Desvariaría horas sobre las múltiples virtudes de semejante guiso.

Quiero creer que se me ocurriría algo más inteligente que decir para ilustrar esa verdad sonsa que me cayó de golpe, mientras bobeaba frente a la transparente bahía de Chetumal: el sur de México no es una región del país, es su propio universo.

6. ¡Qué me importa que se rían!

En este larguísimo post contaría que fuimos a casa de los primos y cantamos, porque había micrófonos y guitarrista y porque somos una familia sin vergüenza y con garganta.

Contaría que mi mamá cantó "Arráncame la vida” que es el que ella llama su número fuerte. Pero que a mí me gusta más cuando canta "Los mareados" y su voz ronca, lastimada, preciosa suelta esa letra que me parte en dos desde mucho tiempo antes de que tuviera yo edad y pérdidas suficientes para entenderla:

- “Esta noche amiga mia, el alcohol nos ha embriagado, ¿Qué me importa que se rían? Y nos llamen los mareados. Cada cual tiene su pena y nosotros la tenemos, esta noche beberemos porque ya no volveremos a vernos más. Hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida, tres cosas lleva el alma herida: amor, pesar, dolor. Hoy vas a entrar en mi pasado, hoy nuevas sendas correremos. Qué grande ha sido nuestro amor y sin embargo ¡ay! mira lo que quedó.”

Enorme. Ya hasta empecé a llorar.

Contaría también que se cantó: “Rival de mi cariño, el viento que te besa, rival de mi tristeza mi propio corazón.”- Y contaría que me gusta, cómo me gusta y cuánto me gusta.

Le buscaría un contexto a la letra de “Lágrimas de sangre”, en lugar de sólo aventarla como haré a continuación: “Yo que tuve tu boca y tus manos y tu pelo, y la blanca tibieza que derramaste en mí, hoy me desgarro el alma como una fiera en celo y no sé lo que quiero porque te quiero a ti”.

Y hablaría de las benditas tedencias pornográficas de Agustín Lara (encontraría una manera más elegante de decir pornográficas) y me quejaría de la cantidad de mochos y censuras que volvieron semejante cosa buena una canción tan obscura que ni los músicos se la saben.

Terminaría contando que mi hermano Mateo cantó a José Alfredo en el rincón de una cantina. Que fue lo máximo oír su voz tersa, buena y tímida, entonar:

“¿Quién no sabe en esta vida la traición ta conocida que nos deja un mal amor? ¿Quién no llega a la cantina, exigiendo su tequila y pidiendo su canción?”

Encontraría una manera simpática y lírica de decir que todos exigimos nuestra canción y nos la dieron. Y diría que fue padre. Quizá diría padrísimo.


Y ya. Ahí tienen todo lo que no me dio la vida y la gana escribir. A úlimas fechas no me da la gana ni la vida escribir casi nada. Me conformo con la idea de que podría escribir tanto. Y me amparo diciendo que las posibilidades son buenas y recordando que Chetumal ha sido siempre, si algo, un lugar de posibles.


martes, 22 de diciembre de 2009

Soy contento, con la pena.

Soy contento dice mi amiga Lumi, que algún día decidió hablar en ese tipo de construcciones gramaticales que no hacen sentido pero hacen énfasis. Yo soy contento porque estar contenta o ser feliz no doblan la lengua con la misma satisfacción.

A últimas fechas me apena mi suerte, tan fácil y tan buena. No me la merezco. No trabajo suficiente, no corro en las mañanas y como muchos carbohidratos. Muchos.

Es aburrido andar presumiendo de la felicidad, pero ni modo, ya sea por realidad o porque ando positiva en mi selección de recuerdos inmediatos, no puedo pensar más que en cosas buenas. Pienso en la maestría que funciona como mi prepa, en Los Angeles, en los hombres buenos y sonrientes. En el talento, en las bufandas gordas, en el cine que se te clava en el cuerpo. En Werner Herzog sentado frente a mí, en El Mago de Oz, en Central Park con el cielo morado a las seis de la tarde. Pienso en mi casa, en Pedro Infante y su terrible cantabar, en sushi con chipotle y tacos con limón. Pienso en la nieve que cayó en Madrid, en dos o seis gringos entrañables, en lo que queda del mes.

La semana pasada fui a Disneylandia y fui en esa tierra falsa tan cursi como el momento y la concurrencia lo exigían. Me subí a los caballitos que cantaban "eres tú mi príncipe azul que yo soñé" y canté junto con ellos como si de verdad creyera en esa alucinación de que uno puede alucinar a un príncipe y tenerlo cerca de pronto. Lloré con los fuegos artificiales que tronaron sobre el castillo de Cenicienta. Say what you will pero si algo saben hacer los mentados gringos es show. Media hora de bombas sin interrupción que bailaban al ritmo de una tras otra canción navideña. Azules, rojos y morados, explotando sobre nuestras cabezas como una pausa vital ineludible. No hay como los fuegos artificiales para congelar el instante, cuando sus luces te iluminan la cara, consiguen esa bendición que a mí en cualquier otro momento me parece inalcanzable: vivir en el presente. El nítido presente.

Hoy amaneció vacía la ciudad de México, con sol y frío. Ayer caminé por sus calles sucias y sentí electricidad en la punta de los dedos. Qué preciosa, absolutamente preciosa, es esta horrible ciudad. Qué gusto andar por ella. Aunque la acechen capos, secuestradores y diputados. La acecha también toda la gente a la que quiero, mi hermano con su cabeza de chinos revueltos, mis papás con sus letras y sus genios, mis amigas, mis bares, mi cama.

Es Navidad y hoy iré a casa de mi abu en Puebla. Mi prima Daniela compró toda clase de azúcares y harinas para que pasemos la tarde hablando de nada y horneando. Hornea mi prima Daniela, entre sus otras mil doscientas cualidades envidiables. La voy a ver en la cocina donde mi abu por ingratitud del tiempo no está más. La voy a ver, como la he visto tanto, hornear y hablar y traerla de regreso un rato.

Está de pena propia la euforia. Estoy segura de que estoy quedando como una presumida desequilibrada. Pero ¿qué les digo? Soy contento. Muy. A pesar del crimen organizado que nos agobia y entristece. A pesar de la falta de mi abu en su casa. A pesar de que soy una inútil y no escribo ni aquí donde el gusto debería obligarme, ni en Final Draft donde tengo una obligación académica y de a de veras. A pesar de que el tiempo y la experiencia se me escapan como el agua limpia de dos manos juntas. A pesar de que tengo 25 años y hace diez tenía 15 y dentro de diez tendré 35 y así sucesivamente. Soy contento a pesar de todas las cosas reales e imaginarias, inevitables y autoimpuestas que me angustian.

Qué bonita la vida, carajo. Con la pena de que soy contento.