Vamos todos juntos en esta escuela donde las clases son de maestría pero las interacciones de secundaria. Somos cien pelados viéndonos las caras todo el día, el resultado menos grave es el corredero de chismes en el que vivimos. Corredero por el que pasamos Dani y yo hace poco, sin importarle a nadie, más que a la pobre de Carol.
Carol tiene un pelito rectangular y pesado, perfecto; es chiquita y linda como las niñas que iban a la escuela con Sailor Moon. Es una productora de aspecto eficaz y simpático con la que nunca he cruzado una palabra. Con Dani ha cruzado varias. Aparentemente suficientes para llamarse a engaño cuando la pobre enteróse, hace dos o tres días, de que Dani no sólo no quiere con ella, sino que anda conmigo.
Además de lo que puedo inventarme viéndola, sé de Carol cuatro cosas que me cuentan: no sale mucho, trabaja con una disciplina callada y útil, pasó Navidad sola en su casa y se le considera en general un encanto. Eso y que quiere con Dani. Que quiere a Dani. Mucho.
¿No es de lo más triste que han oído? No la conozco de nada y me las he ingeniado para romperle el corazón.
La pienso lloriqueando por los rincones con mi cara en la cabeza, moqueando su almohada porque mi novio no la quiere. Mi novio que siempre tiene las manos tibias; y que compra palomitas cuando vamos al cine saliendo de cenar; y que encoge los hombros como infante cuando algo le da risa; y que la semana pasada que se quedó solo en mi casa, tendió mi cama como de hotel, colgó mi vestido en una silla y enrrolló el cable de mis audífonos sobre sí mismos.
La pobre llora de por sí, imagínense si supiera de lo que se pierde.
Es injusto, el cariño. Tiene reglas muy siniestras. La cantidad de veces que yo he sido Carol... quisiera como hacerle un tecito y pedirle perdón.
Uno anda contento haciendo a otro infeliz ¿Qué se hace -en la vida- con tanto deseo dispar?