jueves, 31 de enero de 2013

Saturno y mi abuela que son de verdad


Estoy haciendo una película de ficción sobre mi abuela materna. Llevo años pensando en las palabras del libreto, luego imaginándome a las actrices que dirían las palabras, ahora buscando el espacio en el que las actrices maravillosas que hemos ido encontrando dirán esas palabras. Hay un abismo en el cine entre lo que uno imagina y lo que termina poniendo en la pantalla. Generalmente -y si hay suerte- es un abismo bueno, porque la realidad supera las mejores expectativas de la imaginación.  No hay imaginación capaz de crear a De Niro escupiendo "you takin' to me?",  por un ejemplo de millones. De cualquier modo antes de que la realidad se imponga hay que concentrarse en la ficción, que en este caso es doble porque es la ficción que inventé a partir de la irrepetible realidad que fue mi abuela. 

Me he impuesto la tarea de separar mis inventos de la realidad y juzgarlos por sus propios méritos, hacerlos míos, distintos, volverlos naturalidad falsa. De pronto me detengo a pensar si a mi abuela le gustaría lo que he inventado; y la maravilla sucede cuando la respuesta es "no". Porque mi abuela -un dios inventado la bendiga- odiaba la ficción.

En ese brete entre la realidad y la imaginería me encontró un post de mi prima Alicia, que es científica con mucho más fervor, talento y resultado comprobable del que yo dispongo para ser cineasta. Es un post sobre la construcción de un telescopio con el que hace años me enseñó Saturno, en vivo y a todo descolor, precioso y comprobable. Se lo enseñó también a mi abu, la de la realidad, a la que yo me aferro en detrimento de mi ficción. Pensando en abu y en mi cine me encontró mi prima Alicia avisándome que ella pensó en mi abu y en su ciencia,  porque así pasa con abu y quienes la pensamos, la recordamos unida a lo que más queremos. 

Alicia mi prima se llama como la hermana de mi abuela Ángeles, que se llama como mi madre y así siguen las conexiones y las confusiones de cariños y nostalgias. El hecho es que como verán, Saturno y sus anillos existen, y cautivaron a mi abu porque eran de verdad, cuando para ella, antes de que mi prima se los comprobara, habitaban en la ficción a la que nunca le dio la importancia, ya no digamos la veneración, que yo le otorgo. Saturno y sus anillos existen y como leerán son tan sólidos y tan inexpugnables como la marca que dejó Abu en todas las realidades y las ficciones de sus nietos. 


SATURNO Y SUS ANILLOS DESDE MI TELESCOPIO
Por Alicia Mastretta Yanez


En algún momento de las reuniones familiares decembrinas escuché que una tía mía nunca había visto y deseaba ver los anillos de Saturno. No en foto, sino en vivo, en un telescopio. De todas las veces que he visto los anillos de Saturno y las lunas de Júpiter, mi memoria saltó a la última noche del 2006. Estábamos en el jardín de casa de mis padres. Además de mis progenitores y de mis hermanas, estaban mi tía abuela materna y mi abuela paterna. Ambas con más de ochenta y algo años. Estaba también el telescopio.

Se trataba de un telescopio newtoniano, un tipo de telescopio reflector. Un telescopio newtoniano puede ser un simple tubo de PVC de más o menos un metro de largo con un espejo cóncavo en la base (el espejo primario); y un espejo plano (el espejo secundario) suspendido cerca de la abertura del telescopio y con un orificio donde se coloca un ocular y donde se fija con asombro la mirada.

La primera vez que me asomé temblé de la impresión, como si hubiera sido yo quien descubriera las cuatro mayores de sus lunas y no Galileo en 1610. Durante las primeras semanas que tuve mi telescopio pasé cada noche apuntándolo al cielo. Varias lunas llenas hicimos lunadas en las que armados con chocolate espumoso salíamos a ver los detalles de los cráteres hasta que la vista se cansara de tanta luz. Mis amigos siguieron siendo mis amigos después de que más de una vez los sometí a ser devorados por las hordas despiadadas de mosquitos que se instalaban en la azotea o el jardín tan pronto aparecía el telescopio.

De Saturno se pueden ver los anillos. Unos aros que rodean un círculo más pequeño que el que se ve en Júpiter. Los anillos de Saturno se ven nítidos, definidos de forma perfecta. No se pueden distinguir todas las divisiones, pero a veces sí la mayor: la División de Cassini. Así, lo que a simple vista es un punto brillante, una estrella apenas distinguible de las otras, gracias al trabajo de la óptica del telescopio se revela como un planeta, orbitado en el ecuador por millones de partículas de roca y agua congelada. Una belleza absoluta.

Eran poco antes de las 2 am del primero de enero del 2006. Apunto hacia Saturno. Enfoco. Cedo el ocular a mi abuela Ángeles. Veo su pupila dilatarse con la luz, la contracción de sus párpados. Se queda quieta. Me voltea a ver. –Sí existen, Saturno y sus anillos, existen– me dice a mí casi hablando para sí. Usa un tono que recuerdo bien y que me cuesta describir: calmo y prudente mas al mismo tiempo al borde del quebranto, como abrazado algo desde dentro.

La que hablaba era una mujer de 82 años que nació en el México postrevolucionario; que creció con todo el catolicismo de la muy conservadora ciudad de Puebla; que a los 55 años (viuda y con cinco hijos ya haciendo sus vidas) decidió estudiar la preparatoria; que años más tarde se recibió de la carrera de antropología; que dejó de ir a la iglesia los domingos creo sólo cuando la enfermedad la postró en la cama; que era una persona maravillosa y cálida, pero que no perdió ocasión para reprocharme con una severidad inverosímil los hoyos de los jeans y cualquier otra de mis faltas.

Qué habrá pasado con exactitud por la mente de mi abuela en el instante que sus ojos contemplaron Saturno y sus anillos es algo que sólo sus cenizas saben. Yo creo haber percibido en su rostro y sus palabras eso que se siente cuando se comprueba algo por uno mismo, esa sensación cuando la realidad se vuelve una pizca más descifrable y al mismo tiempo un tanto más asombrosa.

Llegó el turno de otros de usar el telescopio. Ajusté su posición. A mi abuela no le pregunté nada, no hablamos sobre el tema nunca. Pero ese momento es el más preciado de mis recuerdos sobre ella. Jamás me he vuelto a emocionar así, a sentir una felicidad tan súbita y silenciosa como la que me invadió cuando vi sus pupilas dilatarse y cuando la escuché decir que Saturno y sus anillos sí existen.




Por restricciones de espacio me di el lujo gandalla de editar a mi brillante prima- si quieren dejar de ser mis víctimas, pueden leer el post completo con la explicación de cómo hacerse de su propio telescopio y ver la realidad de Saturno con sus propios ojitos - aquí: http://masciencia.org/blog/telescopio1 y aquí: http://masciencia.org/blog/telescopio2


2 comentarios:

Leti dijo...

Me imagino la emoción de tu abu descubriendo los anillos porque algo así sentí yo la primera vez que vi una bacteria en un microscopio.
Pero a lo largo de mi carrera científica he descubierto que los más fantasiosos son los científicos. Hay que serlo porque antes de demostrar que todo eso existe hay que imaginar cómo es.
Así que estoy segura de que a tu abu le encantaría tu película. Sobre todo, porque ahora tu peli es una fantasía, pero dentro de muy poquito se hará realidad. Y sólo por eso ya será para mirar "con la pupila dilatada".
Gracias a ti y a Alicia porque sus dos mundos son tan necesarios como el aire.

Unknown dijo...

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