jueves, 25 de junio de 2009

Madrid, Madrid, Madrid.

Qué lugar precioso, éste. Llevo varios dias en él, he estado en él más veces de las que quisiera recordar, pero hasta hace media hora no me había dado cuenta de lo absolutamente espectaculares que son todos sus rincones.

Iba caminando por La Castellana, abrumada por el calor y las múltiples construcciones que la agobian (si las obras de Marcelo son un dolor de muela, las que se cargan acá son cirujía mayor). Poco a poco todo a mi alrededor empezó a perder luz natural y a ganar faros, levanté la mirada de pronto y casi me pongo a llorar. Estuve una hora contemplándola, parada en la calle como una perfecta tarada, como si hubiera tenido de pronto un accidente fantástico. Grave.

¡Qué lugar precioso, éste! No puede ser ¿Por qué vivimos ahogándonos entre películas y literatura que cantan las maravillas de Barcelona y de Paris? ¿Qué nadie ha puesto un pie en esta ciudad inenarrable? ¿Será que redunda hablar bien de la capital porque nos queda demasiado cerca (cerca hasta a los mexicanos que la tenemos lejos pero la asumimos nuestra)? Quizá es cursi hablar así de algo que creemos evidente. O quizá es más simple y todos siguen, como yo, dándola por dada.

Pero qué belleza, ésta, que golpea ¿Cómo se hace útil esta gente? ¿Cómo son capaces, en estas calles, de algo más productivo que el asombro? Yo sigo paralizada como quien descubre el agua tibia.

Qué estupidez ¿no? Derivar tantísima felicidad de aprender una cosa que siempre he sabido.

martes, 16 de junio de 2009

Larry, my love.

Larry David es lo máximo. Me parece importante decirlo. Es un viejecito entrañable y perfecto, segundo sólo frente a Mr. Allen. Qué bueno que existen ellos y que existe YouTube para tenerlos cerca.

Este señor es dios, digo yo, hereje como soy y como es casi toda la gente que considero cercana a la divinidad. Case in point, Larry David on religion:


Para ver la entrevista completa (que es hermosa de principio a fin) hagan click aquí y luego aquí y luego aquí,
y luego acá, luego acá, acá, acá y finalmente acá.
Sí habla un chingo el hombre, pero de pura cosa padre.

viernes, 12 de junio de 2009

Crisis de identidad en Superama

Ayer pasé al super antes de venir a casa de mi Abu.

"¿Qué más se le ofrece, señora?" - dijo la chica que cortó mi jamón, delgadito, delgadito.

"Señora..." - pensé - "Ta bueno. Soy una señora haciendo el súper para su joven marido y quizá su hijito. Lo llevo a un departamento de paredes chaparras y ventanas chicas. Eso es: una señora. Puede ser."

Y luego salí cargada de viandas.

"¡Se va con cuidado, niña!" - dijo el poli que subió mis múltiples bolsas al coche.

"Niña..." - pensé - "Ta bueno. Soy una niña haciendo el súper para la casa de sus papás. Lo pagan ellos y recibo un auge de consentimiento por el inmenso trabajo que aporto a la casa yendo al súper una vez al año. Niña: sí. Me gusta."

La realidad está en medio, pero se ve que ayer no se me notaba.

Los 25 años son una receta para la esquizofrenia.


lunes, 8 de junio de 2009

Día de casorios

La semana pasada llegó el sábado blanco de las dos bodas.

Hubo que levantarse tempranón para alaciarse el pelo y ponerse crema en las piernas y esas cosas que uno hace cuando hay evento.

La prima se casó en Cuernavaca (o eso dijo, la neta se casó casi llegando a Acapulco, la reina, pero el lugar estaba tan coqueto que se olvidaba todo el rencor). Maldije un poco en el camino porque hacía tráfico y era tardísimo y mis papás parecen quinceañeras a la hora de salir hacia la carretera – “¡Cati! ¡Perdí mis zapatos adentro de mi cóset!”, “¡Geles! ¡No tengo camiseta para la camisa que me obligaste a ponerme! – etcétera. Llegamos maleducadísimamente pero como reyes a la mejor parte del show: los votos. Eso de que los novios se den anillos y se prometan cosas es padre. Y es padre ir a bodas en las que los novios se quieren mucho, pero mucho, mucho, como era el caso esta vez y como es el caso pocas veces (a todos los novios se les ve contentos en su boda, pero a muy pocos se les nota lo pendejamente enamorados, lo muertos de ganas de tocarse para siempre, lo redondamente encantados que están de conocerse) a la prima y al novio tipazo se les notaba. Tanto que una vez pasados los votos y entrando al full-on de la misa (que por mi desaventurada falta de fe no es mi fuerte) hasta me divirteron las múltiples menciones a la virgen, a Jesucristo-nuestro-señor y en general al hecho de que la unión se hacía en nombre de dios mismísimo. En realidad la unión era tan unida que se hacía en nombre de lo que a cada quien le daba la gana.

La prima era la novia perfecta porque tiene cara de niña chiquita sin serlo: metida en su vestido blanquísimo era la mezcla ideal entre una bebé vestida de princesa y una esposa propiamente esposada.

La boda: un éxito. Como niña de los ochentas que se respeta (y se asume) la prima bailó Bryan Adams en brazos de su recién adquirido marido y "Que sera, sera" en brazos de su recién abandonado padre. Yo empecé a llorar, como la cursi irredenta que soy, desde como la mitad del primer -baby you´re all that I want- que escupió el señor Adams. Para cuando sonó "New York, New York" y el hermano de la prima entró a la pista (primo también, entacuchado y divino) yo ya había perdido el estilo por completo y soltaba unas lágrimas gorditas y clavadas como casi todo en mí.

Después de eso la pista quedó oficialmente abierta y pasamos a la cumbia, al venao, al that´s the way aha aha, etc. Durante “pásame la botella” apareció en el escenario un monito con una botarga de Jaime Duende que se encargaba de empinarle una botella de tequila a quien se iba formando. El novio había encargado semejante amenity y la prima pasó cargando las gasas de su vestido y abriendo la boca para recibir su dosis - comprobaciones, ambas, de aquello de que son tipazos, como les digo y les digo. Desde el principio se rehúsaron a tomar en serio la intensa seriedad que viene con eventos que incluyen las palabras "para siempre". Ti-pa-zos.

La única queja que pude esgrimir frente a la perfección del evento es que no había pastel de bodas. Un life-changing event sin pastel ¿cómo de qué me hablan? Se ve que los novios no comparten mi tendencia irremediable a conectar los carbohidratos con la felicidad.

Hasta ahí el recuento de la boda uno.

En cuanto a la boda dos, sí traté de llegar pero que ni lo logro ni nada. Por qué sí pude tratar y por qué fracasé son dos historias largas y aburridas que les resumo así: traté porque mi papá hizo un berrinche que nos corrió temprano de la boda uno; y no llegué porque el departamento de obras públicas de la hermana república de Satélite me la aplicó como a los grandes.

Sólo pude hablar por teléfono con mi amigo Juanito ese día de su boda (boda dos). Le oí una voz ligera e incrédula que sólo se le pone a quienes están descubriendo la euforia en su estado más puro.

No creo que me hayan extrañado nada; ni la prima por salir temprano, ni Juanito por no llegar.

Los novios felices no extrañan a nadie que no sea el otro.

Debe ser una cosa padre, esa.