jueves, 25 de junio de 2009
Madrid, Madrid, Madrid.
martes, 16 de junio de 2009
Larry, my love.
viernes, 12 de junio de 2009
Crisis de identidad en Superama
lunes, 8 de junio de 2009
Día de casorios
La semana pasada llegó el sábado blanco de las dos bodas.
Hubo que levantarse tempranón para alaciarse el pelo y ponerse crema en las piernas y esas cosas que uno hace cuando hay evento.
La prima se casó en Cuernavaca (o eso dijo, la neta se casó casi llegando a Acapulco, la reina, pero el lugar estaba tan coqueto que se olvidaba todo el rencor). Maldije un poco en el camino porque hacía tráfico y era tardísimo y mis papás parecen quinceañeras a la hora de salir hacia la carretera – “¡Cati! ¡Perdí mis zapatos adentro de mi cóset!”, “¡Geles! ¡No tengo camiseta para la camisa que me obligaste a ponerme! – etcétera. Llegamos maleducadísimamente pero como reyes a la mejor parte del show: los votos. Eso de que los novios se den anillos y se prometan cosas es padre. Y es padre ir a bodas en las que los novios se quieren mucho, pero mucho, mucho, como era el caso esta vez y como es el caso pocas veces (a todos los novios se les ve contentos en su boda, pero a muy pocos se les nota lo pendejamente enamorados, lo muertos de ganas de tocarse para siempre, lo redondamente encantados que están de conocerse) a la prima y al novio tipazo se les notaba. Tanto que una vez pasados los votos y entrando al full-on de la misa (que por mi desaventurada falta de fe no es mi fuerte) hasta me divirteron las múltiples menciones a la virgen, a Jesucristo-nuestro-señor y en general al hecho de que la unión se hacía en nombre de dios mismísimo. En realidad la unión era tan unida que se hacía en nombre de lo que a cada quien le daba la gana.
La prima era la novia perfecta porque tiene cara de niña chiquita sin serlo: metida en su vestido blanquísimo era la mezcla ideal entre una bebé vestida de princesa y una esposa propiamente esposada.
La boda: un éxito. Como niña de los ochentas que se respeta (y se asume) la prima bailó Bryan Adams en brazos de su recién adquirido marido y "Que sera, sera" en brazos de su recién abandonado padre. Yo empecé a llorar, como la cursi irredenta que soy, desde como la mitad del primer -baby you´re all that I want- que escupió el señor Adams. Para cuando sonó "New York, New York" y el hermano de la prima entró a la pista (primo también, entacuchado y divino) yo ya había perdido el estilo por completo y soltaba unas lágrimas gorditas y clavadas como casi todo en mí.
Después de eso la pista quedó oficialmente abierta y pasamos a la cumbia, al venao, al that´s the way aha aha, etc. Durante “pásame la botella” apareció en el escenario un monito con una botarga de Jaime Duende que se encargaba de empinarle una botella de tequila a quien se iba formando. El novio había encargado semejante amenity y la prima pasó cargando las gasas de su vestido y abriendo la boca para recibir su dosis - comprobaciones, ambas, de aquello de que son tipazos, como les digo y les digo. Desde el principio se rehúsaron a tomar en serio la intensa seriedad que viene con eventos que incluyen las palabras "para siempre". Ti-pa-zos.
La única queja que pude esgrimir frente a la perfección del evento es que no había pastel de bodas. Un life-changing event sin pastel ¿cómo de qué me hablan? Se ve que los novios no comparten mi tendencia irremediable a conectar los carbohidratos con la felicidad.
Hasta ahí el recuento de la boda uno.
En cuanto a la boda dos, sí traté de llegar pero que ni lo logro ni nada. Por qué sí pude tratar y por qué fracasé son dos historias largas y aburridas que les resumo así: traté porque mi papá hizo un berrinche que nos corrió temprano de la boda uno; y no llegué porque el departamento de obras públicas de la hermana república de Satélite me la aplicó como a los grandes.
Sólo pude hablar por teléfono con mi amigo Juanito ese día de su boda (boda dos). Le oí una voz ligera e incrédula que sólo se le pone a quienes están descubriendo la euforia en su estado más puro.
No creo que me hayan extrañado nada; ni la prima por salir temprano, ni Juanito por no llegar.
Los novios felices no extrañan a nadie que no sea el otro.
Debe ser una cosa padre, esa.