miércoles, 24 de diciembre de 2008

Like right now

Vienen mis amigas y pasamos la tarde trabajando y bobeando.  Ahora que el pasado llega todo el tiempo - no a pisarme los talones, a ocuparme los zapatos - se agradece que el presente esté tan mezclado de lo que fuimos. Qué cosa habernos hecho amigas a esas edades misteriosas que vienen antes del entendimiento. Qué cosa seguir siéndolo ahora que nos parecemos tanto a nuestro futuro. Son buenas, mis amigas. Y fáciles y distintas. Y brillantes y absolutamente dueñas de sí mismas. 

Envidiable su capacidad de mirarse y  entenderse y ser felices con lo que encuentran. Y preciosas sus sonrisas y sus manitas y sus dudas. Cargan guerra y paz  en el centro del cuerpo.

Ayer veía en la tele a dos amigos de ficción. Hablaban con nostalgias bien actuadas del buen pasado que les habían escrito.

- Those were good times, then… - le dice el joven al viejo.

- Like right now – contesta él.

Buen tiempo el pasado y entrañable el presente. Buen tiempo el que nos puso juntas y grande el que nos sigue permitiendo tantas buenas tardes. 

Qué cosa increíble tenerlas a todas, tan extraodinarias y tan cerca. Qué cosa fantástica haber sido como somos, seguir siendo.

Good times, right now. 

 


martes, 23 de diciembre de 2008

Un balcón de infancia: Último recurso

Es un barbaridad que llevo casi un mes de no dejar nada aquí. Y como no se ve para cuando, les dejo un refrito - refritero - isimísimo. Una carta de amor vieja - viejísima - isimísima.  

Es un ejemplo perfecto de la pubertad ilustrada (porque yo era una puberta ilustre, banda, nada más para que lo vayan sabiendo). Noten por favor la falta absoluta de acentos o coherencia gramatical.

Cómo la armábamos de pedo a los 16 ¿verdad? Tan padre... 

Tienen permiso de abandonarla en cuanto se les atore el aburrimiento. Pero tiene su encantín y la economía está derrumbada y nos embarga la aridez mental... así que ahí va un balcón de infancia: 


Hay gente que paga por amor. Me gustaria estarte pagando para poder reclamarte, para que tuvieras que quererme a fuerza y asi yo te quisiera tambien.

A veces me gusta querete, y entonces odio que no me quieras, siempre quiero quererte y que me quieras.

Me gustan tus labios cuando estan sobre los mios, me gustan tus ojos cerrados y tus manos indecisas. Me gustan tus pestañas cortas y tus pasos tontos.

Me gusta que me gustes y no saber por que.

No quiero y quiero decirte las cosas. Quiero que sepas que te necesito, que te quiero aqui malvestido y mio.

Pero quiero que te vayas cuando yo llegue, quiero que me abraces con la guerra de tu risa y firmes tratados de paz con mis uñas y con mis muñecas, para que me digan que no eres tan buen guerrero, para dejar de tenerte miedo.

Le caes mal a mi pelo, a mi ombligo y a mis pies, les das desconfianza. Mi piel les dice que ella te quiere, pero no les importa. A ellos no les gustan las ansias que les provocas. Ellos no te quieren y si pudieran te odiarían, ellos son amigos de esa nada que me dice que estoy sola cuando estoy contigo.

Te quiero aqui en este instante, para decirte lo importante que eres y para dormir contigo, pero sobre todo para que mañana se te olvide que me interesa conocerte.

Quiero que necesites conocerme para saber quien soy, siento que sabes de más...

Quiero que seas el niño de mis sueños y que nunca te canses de visitarme en las noches. Quiero que seas mi hada, mi duende y mi muerto para llorar que te pierdo o que no existes, para querete siempre porque a lo real le pierdo la ilusion.

Tu tienes la culpa de la angustia que tengo, tu tienes la culpa de mis ganas de llorar, porque no entiendes lo que yo no entiendo y no me lo puedes explicar.

Tu tienes la culpa de que yo sea tan feliz y este tan triste. Tu tienes la culpa de no entender que hay que quererme siempre y bendecir cuando me voy.

Tu tienes la culpa del miedo que me da decirte que te quiero. Tu tienes la culpa de que te quiero y de quererme tu.

Tu tienes la culpa y por eso me gustas, porque eres todo lo que no quiero, te quiero porque no me quieres y no te quiero porque eres lo que siempre he querido.

Te quiero con todo el egoismo que me cabe entre los ojos y pienso que mas te vale quereme a mi manera.

Me gustaría poder querte como yo quiera sin pedir tu opinión, me gustaría que fueras tu como eres, pero otro, cercano y ajeno.

Quiero que me quieras sin democracia y sin compasión. Quiereme con la cabeza y con toda la idiferencia que tengas entre los dedos.

Quiereme como quieras, cuando quieras y mientras puedas. Hasta que no quiera pelear por nada que no seas tu.

Para que te quiera, quiéreme como se te de la gana, con más contradicciones, olvidos y besos de los que seas capaz. Como yo te quiero a ti: sin saber cuánto ni por qué.

Me gustaría pagarte para que me quieras como yo quiero.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Alan, el circo y el monstruo.

Me presenté la semana antepasada al foro del show de los sueños.  

Para los que, como yo, no tienen la costumbre de tratar con el Canal de las Estrellas, les explico que el Show de los Sueños es una alucinación  televisiva en la que la gente canta y baila haciendo un show, para que (a ellos, a sus hermanos, hijos o vecinos) les hagan realidad un sueño.  Ergo (muy apropiadamente): El show de los sueños.

Ahí fuimos,  Lumi y yo, a ver a Alan. Alan que hace casi un año tuvo la generosidad de venir a Tabacotla a  actuar en mi corto de titulación y  volverlo una maravilla. Alan al que durante largo rato fuimos a ver cantar Mecano para salir admiradas y eufóricas. Alan que llevaba no sé cuántos domingos   teniendo la amabilidad y la disciplina de hacer un show para cumplir un sueño. 

Tuvo también  la ocurrencia de invitarnos a verlo.  Y fuimos.

Solamente Televisa. Solamente ese monstruo abarcador puede tener un foro al que le quepan tal cantidad de aberraciones y maravillas.  Son  tantas y tan  disparejas que no se prestan a una descripción cabal. Toleran mejor (más o menos) una enumeración: 

1. Entran en ese foro los  inabarcables pechos de Ninel Conde y su aún más expansivo trasero. La mujer es un fenómeno de la naturaleza y el cuchillo: de frente su cintura mide un  máximo de veinte centímetros. pero cuando se voltea, el perfil de sus mamaceables protuberancias no parecen caber por una puerta regular. 

2. Entra ahí la enorme cabellera-casa-de-pájaros que reina sobre la cabeza  de Amanda Miguel; y la amargura que Emma Pulido debe llevar entre esas sus piernas chonchas que alguna vez fueron tan preciosas. 

3. Entra en ese foro la impresionante parlanchinería de  Adal Ramones, su pequeñísima figura y su estulta eficacia. 

4. Entra la carita triangular y redentora de una tal Priscila a la que yo nunca había visto pero que, me dicen, tiene unas balas de plata que gozan de fama internacional.  

5. Entran también una cantidad imposible de broches dorados,  rufles y olanes, tules corrientes, licras amarillas, ombligos desnudos, escotes firmes o móviles,  pantalones brillantes, bandós y  lentejuelas; entran una bola de intrigas poco sofisticadas y de intenciones ambivalentes; entran dos o tres trampas y actos de manipulación; entran varias buenas vibras e intenciones; entran todo tipo de lágrimas: falsas, negras, sentidas o moquientas; Y de vez en cuando ¿cómo no? Entra algún número espectacular.

6. En mitad de semejante sobre-exposición sensorial, entran también en ese foro (como agua limpia) el terciopelo  de la voz de Alan y la transparencia de su buen ánimo.  Entran su estampa fuerte y su nariz recta. Entran su sonrisa fácil, su falta de miedo y sus ganas de alegría.

"Pobrecito" - le dije a Lumi, mientras lo mirábamos bailar desde un balcón.

Ella sonrió porque es parte de mi esquizofrenia familiar y entiende que cuando yo pobreo a alguien lo que estoy haciendo es admirarlo.  (No sé de donde nos vendrá esa mala maña, pero a estas alturas es inexorable. "Pobrecito" – decimos cuando alguien se gana un premio impresionante, se ve guapo en la mañana,  o hace cualquier cosa muy muy bien).

Y pobrecito dije yo viendo al actor girar,  cargar y pisar como un bendito.  

Me provoca una ternura inexplicable ese niño que es más grande que yo, y tan guapo que francamente debería provocarme cualquier otra cosa. Pero no.  Me enternece, Alan. Me enternecen su talento y su bondad colocados en el centro de ese monstruo. Me enternece como un niño de brazos a su abuela chocha. 

Eventualmente se acabaron los bailes y antes de irnos fuimos a buscarlo.

"¡Directora! ¿Qué tal el circo?"  - nos dijo, ya envuelto en su décimo atuendo brillante de la noche. 

"Estás padrísimo" – le contestamos.

Y sí está. Pobrecito.  

miércoles, 12 de noviembre de 2008

El general Iturbide

Estoy cansada. 

Me sacaron las muelas del juicio. Las cuatro. Sólo se inflamó una, de un sólo lado. Lo cual suena bien pero resulta en que en lugar de verme como una chica parejamente cachetona que igual y así es, me veo como De Niro después de la última pelea de raging bull. Como si fuera poco no se puede comer nada que tenga que ser masticado, lo cual significa que hace días que no me como un pan. Es una desgracia. 

Al mismo tiempo tengo que manejar a Puebla mañana para ver si edito la peli de alguien más; y a Morelos el lunes para ver como alguien edita la mía. 

Al mismo tiempo tengo que aplicar a todas las escuelas padres a las que estoy aplicando, para ver si me enseñan a hacer lo que se supone que ya estoy haciendo. Ha resultado un trabajo de tiempo completo este asunto de pedir entrada a las honorables instituciones: hay que hacer ejercicios dramáticos; escribir ensayos sobre lo que la vida depara o debe deparar; pedir la expedición de oficialísimos papeles que te recuerdan que sacaste un seis hace cuatro años; aguantarse la pena de pedirle a un sin número de gente que escriba sobre lo brillante que eres; y sobre todo, sobre todo, adivinarle el pensamiento a quién sabe qué decano y rogarle al destino que su mujer no lo haya dejado la noche anterior a que lea tu guión, ese que se trata de cómo el amor es la pura buena onda. 

Al mismo tiempo tengo que escribir un cortometraje sobre Agustín de Iturbide. Como lo oyen. Agustín I de México será canalizado a mi horrorizante página vacía de screenwriter. Por lo menos eso es lo que pasará en teoría. Un día. 

Hay que inmortalizar a Don Agus, como si le hiciera falta. Y mi problema es simple: Don Agus me cae gordo. Y no por haberse coronado emperador, ni por haber sido miembro del ejército realista, ni por ninguna otra de esas cosas por las que Agus le cae mal a la historia oficial y a las maestras de primaria.  No, no. A mí me cae mal, porque el hombre era un pinche flan. Así.

Háganme el bendito favor: 

Consumó la independencia de un país sin hacer guerra. 

Y se coronó Emperador sin darle golpe de estado a nadie. 

Y cuando lo corrieron dijo - "sí cómo no" - y se embarcó a Italia a los tres días. 

Y cuando lo iban a matar,  los soldados del pelotón rehusaron la orden de fuego y en lugar de tratar de salir corriendo, los regañó por su falta de disciplina militar -"Su comandante les dio una orden, banda.  Mátenme." Así. 

De la carta que le escribió a su esposa dos horas antes de morirse es mejor ni hablar. Su esposa que llevaba cinco meses de embarazo en un barco mugroso. Su esposa que le había aguantado toda la campaña militar y luego la corte y luego el exilio, mientras paría sin cesar a sus ocho hijitos. Todo para que la última carta que le escribe,  palabras más o menos, diga: "Cielo, me matan en dos horas. Crece a nuestros hijos en la religión católica, que es la verdadera. Y te cuidas. Agustín".  Así.

Es de una disciplina y de una eficacia que enferma, el señor. Seguía órdenes como un desvalido y las daba como un jefazo. Se las ingenió toda su vida para quedar bien con dios y con el diablo. Y en la muerte, aguanta con todo los múltiples intentos de satanización que le han  recetado. Nada. Qué por más que en su infame juventud  haya perseguido al ilustre  curita Hidalgo, la firma de la independencia dice Agustín y no Miguel. 

No, no. Es un tipo innegociable, este Agus. Estoy segura de que nunca se quejó de que estaba cansado porque le sacaron las muelas del juicio y tenía tantísimas nimiedades que atender. Con gente así no se puede tratar. 

Estaba hecho de otra cosa, el general Iturbide. Y ahora es mi trabajo (me quejo amargamente, como él jamás) entender de qué cosa. 

Estoy cansada. 

jueves, 30 de octubre de 2008

Tocar a Bunbury

No toqué a Bunbury. Estaba frente a mí y no lo toqué.  Cuando me di cuenta se había ido. Y perdí el tacto de ese extraño sin tenerlo, como se pierden las cosas más fundamentales. 

Apenas ayer me enteré de que quizá podría tocarlo.  Y casi me desmoroné de angustia. Estaba comiendo en mi casa un amigo de mi madre que hace música. Y es un genio que hace música. Música de esa que te reconoce el instinto y te cambia el cuerpo y te descubre el paso. Se ha burlado de mí porque quiero tocar a Bunbury…Como si no hubiera mañana. Me miraba como si dijera (con toda cordura) - “Me estás tocando a mí y ahora quieres bajar de liga”.  Y tenía razón.

El problema es que Bunbury no es una elección racional. Yo no lo admiro. Yo soy su fan. Y como buena fan no puedo sentir su trabajo con la cabeza, sólo puedo sentirlo a él  con las comisuras. Como buena fan,  vuelvo todos sus actos el mismo y me emociona igual cuando se mueve y se sienta que cuando escribe algo brillante. 

Confieso sin mucha pena que llegué tarde a la adoración que ahora me es tan inmediata. Mi novio de la infancia tuvo que arrastrarme a un concierto de Bunbury  en contra de mi voluntad, sin que tuviera yo registrada ni a la sirena, ni a la chispa; del club de los imposibles mejor ni hablar.  Entré a ser condescendiente y salí flotando; presa de una euforia de esas que ya no se quitan.

Y de ahí yo, que admirando a tanta gente no soy fan de casi nadie, fui poniendo en los brazos de Bunbury toda clase de absolutos. Poco a poco y sin que tuviera nada que ver con él, tocar a Bunbury se me volvió un ideal transformador. 

Tocar a Bunbury para tocar la infancia y la posibilidad. Para tocar todo, absolutamente todo lo poco que he perdido.  Tocar a Bunbury para recuperar alguna certeza, para tener junto al mundo, para no dejarme atrás.

Tocar a Bunbury que se paró en el escenario del auditorio que Chabela Vargas acababa de reclamar. Chabela que no se parece a mi abu en nada y que me la recordó: tiene las mismas curvas en el cuello y el mismo fervor general. Tocar a Bunbury que se paró en el escenario cinco minutos después que Alisse. Alisse que tiene las  piernas preciosas que mi abu tuvo, idénticas, pero más largas. Tocar a Bunbury que no tuvo el lujo de ver a mi abu. Mi abu que se fue antes de tiempo. Mi abu que no hubiera entendido el poder de una pasión tan abstracta como querer tocarlo.

Pero si tocando a Bunbury tocaría el agua tibia, tocaría un jardín viejo o una cama interminable; tocando a Bunbury hasta podría tocarla a ella. A ella que no supo quién era  y no hubiera querido saber.

Porque tocar a Bunbury no es tocarlo a él. No es tocar a un señor español que tiene primer nombre, oficio y voluntad.  Tocar a Bunbury es tocar una pieza de ficción, tocar a un hombre de otro tiempo, tocar las esquinas de una esfera.

Cuando me di cuenta se había ido, Bunbury, como todo lo que se va. 

Y no lo toqué. 

domingo, 26 de octubre de 2008

Tres escenas

La tele, queridos, se ha vuelto un mundo muy complejo.  Es el mundo  responsable de  Atínale al precio y de Bailando por un sueño y de los comerciales de Pinol. Es responsable de la segunda temporada de Heroes y la cuarta de House y cualquier capítulo de Gossip Girl.

Pero la Tele... tres canales adelante o atrás de toda esa decadencia, la tele se ha vuelto capaz de una sofisticación sin nombre. La tele es un paisaje minado. Pero a últimas fechas, es un paisaje de Turner. 

Les dejo aquí las tres joyas que la cajita balbuceante me entregó el fin de semana:

1) En Dirty Sexy Money, el abogado de la familia más rica y esquizofrénica de Nueva York se detiene frente a la mamá de los pollitos. Es una mujer hechiza; falsa desde la punta de la nariz hasta la curva de los labios. De cualquier modo es la mamá que el abogado no tuvo. El abogado que es parte de la familia y no. El abogado que es el hijo pobre y postizo de ese mundo de locos. Le entrega a la mujer una noticia seca  y se dispone a irse. La mujer lo detiene.

- I know I´m not your mother. But I tried to be.

- I never asked you to. 

La mujer le da la mano.

- But if you had seen yourself at six. Walking around this house. All alone. So full of need.  

Los ojos de la mujer tiemblan. El abogado la mira como por primera vez. 

- I loved you. I still do. Can't you feel that Nicky? Can't you?

Habla despacio y bajo. El abogado no contesta. La mujer lo mira con avidéz, vulnerable y limpia. Se deja caer en sus brazos, con una mezcla extraña de inermidad  y control absoluto. Le acaricia el pelo como a un niño. El abogado se deja abrazar y se deja abrazar hasta que abraza también. 

Frente a una premisa de melodrama tirador, se hace una imagen frágil y desgarradora. 

2. En Skins, la serie de pubertos inglesa que ha recogido todos los premios que hay que recoger, Cassie se recarga sobre un barandal.  Usa calcetines verdes hasta la rodilla, un vestido blanco y unos zapatitos rojos. Tiene el cuerpo de una niña de cinco años, flaca y larga como un palillo. Absolutamente delicada. El pelo amarillo y desordenado de una inglesa que sabe serlo.

Está enamorada del niño más menso y chimple del planeta. Desde la escalera del segundo piso, lo mira pasar por el pasillo de abajo. Entrelaza sus manos y las pone sobre el barandal. Recarga su preciosa carita en ellas. Los ojos vivos y las mejillas transparentes: mira al baboso que le quita el sueño caminar bajo sus pies. 

- Look up if you like me - suplica en voz baja. 

El baboso sigue caminando.

- Look up if you  like me. Look up. Look...

El baboso pasa de largo. 

Cassie cierra los ojos y vuelve a abrirlos, inmensos. Pisa uno de sus pies con el otro y acuesta su cara sobre el barandal. 

Se acabó. 

3. En In Treatment, Rodrigo García  (genio) rompe todas las reglas y nos da en diálogos las imágenes más puras que han pasado por una pantalla. 

Un psicólogo (que en las manos de Gabriel Byrnes es EL psicólogo)  está tratando de explicarle a su paciente que no está enamorada de él. Ella lo está. Y él de ella, por supuesto. De cualquier modo él está racionalizando. Y empieza por decirle que  ella sólo cree que está enamorada de él porque  representa todo lo que su novio no es. 

Ella lo mira con toda la condescendencia que debería estar reservada para el psicólogo. Él no se inmuta.  Le recuerda una historia larguísima que ella le había contado sobre un hombre que conoció cuando tenía quince años. Pasó un verano con él y quería que la adoptara.

- Your father was controlling, needy. And you met a man who was independent, intelligent. He was the opposite of  your father and so you were drawn to him. Perhaps it is the same way with me. You see in me everything Andrew is not and so you think you love me.

Ella lo mira sin parpadear. Sus labios empiezan a partirse en una sonrisa cínica, pero se detienen. 

- The difference is: I wanted him to adopt me. I want you to fuck me. 

Ella lo dice como quien declara un hecho. No hay un ápice de coquetería, ni de arrogancia. Todas sus perfectísimas facciones están puestas en decir la verdad y esperar un milagro.  Él la mira como si fuera a concedérselo. Ninguno cede. El aire está cargado. Es la escena de sexo más efectiva del mundo. El viejo, precioso, perdiendo el estilo sin perderlo. Y ella, puesta en él, ganándole un pleito que debería estar perdido. 

Yo que soy gerontofílica y Rodrigo García (genio) que me hace esas cosas.  

Por cierto ¿Qué carajos hacen aquí? Dejen de leer y vean la tele, que hace bien. 




lunes, 20 de octubre de 2008

Perdón que amanecí fina. Pero estoy encabronada.

Para titularse en la Ibero hay que pagar veinte mil pesos. Así. De huevos.

- ¿Por qué cuesta veinte mil pesos el trámite de titulación? - le pregunté a la amabilísima seño de servicios escolares.

- Le incluye su revisión de estudios y su expedición - me contestó.  Ignorando el tema real de la pregunta.  

¿Mi expedición a dónde, cabroncitos?  A precio Ibero,   de menos  al parque acuático Tepetongo.

Yo sí aprendí en la Ibero, contra todas las predicciones. O sea que los muchos pesos que cuesta la hora de clase, los siento desquitados. Es cosa de repartir las horas que te parecieron un robo entre las que te parecieron un regalo y la verdad es que la cuenta metafórica sí sale.  No soy de la escuela de gente que asegura haber pasado por ahí en blanco. 

Tampoco soy de la escuela de gente  que asegura que alguien se roba la mayor parte de lo que pagamos. Creo en la honestidad intrínseca de los miembros de la administración iberita ¿Cómo no? (Aunque sí haya que hacerse la pregunta: Si no se lo roban ¿en qué carajos se lo gastan? Pero esa es otra discusión.) Por lo pronto  yo les creo ¡Chingá! 

Peso sobre peso he justificado sus ladronas prácticas desde que empecé a tratar con ellos. Peso sobre peso, como la mismísima Bartola. Y ahora me salen con esto, los muy hijitos de la fregada.

No tienen suficiente con la vida que nos quitaron haciéndonos cursar ocho materias al semestre. Incluyendo teoría de la comunicación uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. Incluyendo también esas mamadas que ellos llaman integraciones y que titulan de manera elocuentísima:  Introducción al problema del hombre; Pareja, Matrimonio y Familia; Análisis histórico de la vida de Jesús de Nazareth; y mi all time favourite: Relación hombre-mujer.  De un ejercicio de esa clase sacó mi amiga Lumi la forma más guarra de llamar al pene que alguien ha podido invocar (taco de vena, por si se lo preguntaron). Y también por si se lo preguntaron, fue un ejercicio formal, no una plática de banca. Encontraron como 35 maneras de nombrar al órgano sexual masculino en esa, tan productiva, sesión académica. 
Lo único que integramos en clase de integración fueron  nuestros horarios chimuelos y   las arcas administrativas.

Mismas arcas que tras habernos sangrado durante cuatro años, exigen un pilón de veinte mil pesitos, na mas pa expedir un papel. (Te lo envuelven en un foldercito muy organizado, eso sí). 

 ¿Tras entregarles la vida nos cobran  a lo chino para entregarnos un título? Son chingaderas. Se titulará su madre, pero lo es yo, no. 

 

lunes, 13 de octubre de 2008

Un texto viejo de tristeza, dudas y ficción.

En la película hay un foro negro, enorme y lastimado por la idea que alguien tuvo de lo que debe ser el cielo cuando la vida es maravillosa.  Dos manos grises recogen piedras de plástico  y despiertan el vidrio de la ventana que las mira desde muchos pisos arriba. Se asoma con gracia la perfección en falda. 

“Ven a ver la luna falsa”- le gritan desde abajo las manos.  Cuando la vida es maravillosa en blanco y negro, las piedras tocan la ventana y el amor precoz es fácil.

Pienso que yo quiero piedras en mi ventana.  Por eso me enamoré del desconocido que no hace tanto las lanzaba contra la ventana de otra mujer.  Me enamoré de mi deseo cumplido, el deseo de la recién llegada, cumplido en las ganas de la mujer oficial.  Tuve entonces la certeza de que el desconocido podía cumplir en mí el deseo de cualquier otra.

 Mejor que todo  es la certeza como el deseo primario, que se cumple en línea recta, fuera de los espirales propios del instinto que se enamora.  Me enamoré en un circulo recto, como una esfera fácil.  Y fue un lugar limpio, completo, irrepetible.  Después vino el mundo, callado, a mover esa fragilidad larga como si empujara a un equlibrista. Mi mundo cortó la cuerda, se cerraron las bocas y el circo. Nadie quizo entrar. Había elefantes flacos y cubetas muriendo en las esquinas. Había esa música fría y terrible que hace llorar a los payasos y a los niños. Una música de farsa que clama por la siguiente entrada.

Después de la esfera viene el mundo, el instante se termina, entra un dolor que se dobla sobre sí mismo para crecer y viajar como la miel. Así siento la tristeza salirme de los ojos, como miel que no se contiene, que me recorre lenta. En las noches la siento moverse con mi cuerpo: todo el peso a la derecha; una vuelta y el líquido se recorre con gravedad hacia la izquierda. Miro hacia arriba y la siento equilibrarse como ancla sobre mi cama. Me pesan los tobillos con ese líquido duro que no ha terminado de volverlse agua para salir fácilmente. No es un peso violento, sólo cansado. Estoy llena hasta la mitad de esa miel que me empuja a estar inmóvil. Cuando camino se mueve en mis piernas y vacía mi cabeza irremediablemente. Entonces pienso en cómo se siente su línea de dolor espeso en mi cintura. Me entrego a esa miel de tristeza para ver si me innunda, para ver si me desprende de mí por completo y me permite salir de mi amor por mí.  Salir a mi amor por alguien.

Me gustaría aprender a hablar hacia una sola persona cuando los cuartos se llenan. Mi mejor amigo se llama como esos pájaros negros que no parecen extrañar nada. Lo quiero porque sabe hablar sin pena de un sólo par de piernas. El par que le gusta. Sabe declarar que nada le importa más que la mano que tiene en la curva de alguien. Yo le creo porque su declaración tiene una arrogancia indiferente al aburrimiento. Se entrega sin la gracia espontánea de quienes hablan para el cuarto entero. Se entrega con la certeza de que no habla para nadie que no haya estado junto a él en un cuarto húmedo y cerrado. El cuarto lleno lo odia mientras la curva se pega a su mano, agradecida de inicio por la intimidad expuesta. Yo me burlo, el cuarto me admira, y así los reconozco como mi mayor aspiración de entrega. Yo quiero aprender a hablar para un sólo par de manos, quiero aprender a darme hasta ser el agua limpia que se mueve por algún cuerpo.

El problema es que soy juventud agradecida en lugar de rencorosa. A mí no me enseñaron nada que no sea digno de recordarse. Mi padres no se dejaron, tampoco se besaron como niños frente a mí, ni me convencieron de que era bueno ser malo en la cama. Mis maestros no me dijeron que las grandes mentiras eran buenas explicaciones, mucho menos me obligaron a aceptarlos como una verdad libre de apelación. No tuve curas expositores de la culpa que se hereda y los castigos espirituales. No soy  juventud desencatanda de lo que me han dicho.  Vivo, más bien, en el pánico de la perfección teórica. Tengo completa libertar de elección doctrinal. Campo abierto para ser inalcanzable. No conozco los juicios filiales, por eso no estoy preparada para decidir  lo que no quiero ser.

No existe en mí la mujer fácil, administradora del ingreso conyugal que a todas nos viene tan bien desde siempre.  Tampoco existe en mí la mujer sola, dueña de su impacto y desdoblada sobre su propia eficacia.  No hay rastro en mí de una mujer  absolutamente fuerte, ni de una infinita, ni de una frágil. No existe. La duda es la única falda que se reconoce en mí.

Lo que me queda un cuerpo incómodo y expectante que se mueve conmigo por límites claros.  Lo que me queda es la alegría aprendida; un par de imágenes con propósito de enmienda. Lo que me queda es el orgasmo limpio, solitario, trabajando en el olvido de su entrega tácita. Lo que me queda es el peso de la humedad individual y los dientes apretados y las ganas de rendirme.  Me queda la incertidumbre del final de las batallas; el temblor de su único principio. Me queda la vida. Me queda el mundo. Me queda el agua corriente.

Soy el miedo de las rebeliones contra lo perfecto. No quiero moverme nunca de esta película blanca. Yo quiero entregarme a  dos manos para que la vida sea maravillosa y falsa. Yo quiero tener mentiras que olvidar; mentiras que no me haya dicho yo. Yo quiero tener la certeza de los cristales y de los hombres. Yo quiero (fácilmente) tener piedras en mi ventana.

sábado, 4 de octubre de 2008

Same Sex Atraction Disorder: SSAD

 

Tengo la mala fortuna de hacer mi servicio social en una asociación de fachada laica y corazón de María. En honor a la verdad, no hago casi nada. Seis meses pasan como una brisa sobre mi responsbilidad. Horas liberadas van y vienen sin que yo me presente. Hasta que un día… Un día organizan un congreso titulado “Comprendiendo la homosexualidad” y ahí caigo, señores. Decirlo me apena. Sinceramente. Ahí caigo a ayudar en la realización de un congreso cura-gays. Es espantoso. He aquí un recuento:

 

El viejito loco que da la conferencia principal se llama Joseph Nicolosi. Me recuerda a alguien, no se a quién, seguramente a alguien siniestro. Cuando se emociona se parece como al duende verde de Spiderman. Igual de gay, también. No le hacen falta ni las mallas. Declara que las causas de la homosexualidad masculina son una madre castrosa y un padre ausente.  Tiene toda la pinta de ser el típico doctorsucho de buenas maneras  que termina en el número 16 de las pink pages, involucrado con alguno de sus pacientes. Alguno bonito.  

Nicolosi declara que ese juego semi-sádico que algunos padres juegan con sus hijos, en el que el padre avienta al niño al cielo y lo cacha. Y vuelve a aventarlo y lo cacha, etc. Mientras la madre, desde un rincón del jardín, grita  - “ DONT! You´ll drop him on his head!” -  es vital para la no putización de crío siendo aventado. 

 – “He might fall on his head. But at least he´ll be a heterosexual” – dice el doctor con un rigor científico digno de Kevorkian – “That was a joke” – dice después. Pero nadie se ríe.

La falta de cariño físico y de entediemiento claro entre el hijo y el padre es también una causa muy imporante para la temible homosexualisación de las criaturas. Un buen padre debe ocuparse de que su hijo no se convierta en un heterosexual con desórdenes homosexuales.  Así los llaman. Por que los homosexuales no existen, by the way, todos son unos heterosexuales enfermos. Ah no... perdón, no podemos decirles enfermos porque el público ha sido lobotomizado por el  gay affirmative message y si los llamamos enfermos nos corren de la American Psichological Association. Pero eso son, aquí entre nos: enfermos – por eso los curamos - ¿Sabían ustedes que la comunidad homosexual fuma más que la heterosexual? No sólo eso. También se mansturba más y tiene más sexo  (Éstas últimas son pruebas irrefutables de su perversión, porque como todos sabemos, eso del orgasmo no es de gente sana). Total que un padre responsable que quiera un hijo machín debe practicar toda clase de deportes de contacto con el niño, al tiempo que lo hace hombrecito a base de juegos puramente masculinos y de preferencia violentos como el futbol americano o el burlarse juntos de su madre. Esa es otra cosa, nos informa el Doctor, que los niños aprenden de este sádico ritual que consiste en aventarlos al cielo y dejarlos pensar que igual no los cachas – “Danger is fun” – lección vital para que a la larga no les vaya  a gustar el vecino. 

Todas la madres son omniprescentes y funestas, nos dice, con una claridad envidiable. Es por eso que los padres deben estar presentes: para crear una complicidad en contra de ellas. Y pasa sin trámites a contarnos la tierna historia de cómo cuando su propia madre divagaba y decía nimiedades como si no hubiera mañana, él podia voltear con su padre y recibir una mirada de entendimiento que decía – “Sí hijo, estoy contigo, lo que oyes son puras pendejadas” .  Conclusión: El doc. está bien adaptado y le gustan las  viejas. O eso dice. Todo  porque a muy buen tiempo, se unió con su apá pa buralrse de ellas.

Cuando los niños no tienen complicidad con sus padres, dice (elocuente como él solo) buscan complicidad e intimidad con otros hombres. Y eventualmente se besan sus bocas y se tocan sus cuerpos y así.

El perverso doctorcito dice más cosas, pero todas redundantes. Y cierra su alucinación doctrinal (por lo menos en mi memoria) con una sentencia preventiva que me parece EL catchphrase del día  - “Fathers: hug your sons or other men will” – Dios no lo permita.

Y no lo permite en los estudios de caso que presenta otra doctora igual de perversa pero más pendeja en el salón de junto. Nos cuenta la historia de  Jesús, un puertoriqueño de buenas y sodomizantes intenciones, que  abandonó el mal camino cuando su tocallo el hijo de Dios nuestro señor ¡Jesucristo mismo! se le apareció. Aparentemente la divinidad encarnó con el sólo propósito de  decirle  que se casara con la pobre infeliz que hoy lo aguanta en un matrimonio que, estoy segura, no provee una erección entre sus sábanas ni con toda la voluntad de los dos jesuses invlucrados.  Y con decirles que Jesús es el caso menos interesante, les empiezo a explicar la mala obra de la que fui parte el funesto día tercero de un mayo.

 

Nocolosi, la eminencia original,  no vuelve a aportar mayor cosa de su propia inspiración.  Pero no teman:  nos deleita con sesiones enteras de su maravillosa terapia, poniendo una cámara sobre los hombres que lloran en su diván. Uno llora, de manera muy clara,  porque atesora  las preciosas nalgas masculinas que le pasan por enfrente en el baño del gimnasio. La voz de Nicolosi lo consuela diciéndole que no es su culpa. El asunto es que  su padre ausente nunca lo llevó al gimnasio a realizar actividades de Hombres. - Yo lo veo  sentado junto a mí,  viendo el balcón absoluto que le está recetando a sus pacientes, y me pregunto como por qué no estará en la cárcel el Dr. Nocolosi. 

Todos sus pacientes lloran, pero unos de forma más elocuente. El último llora como una caricatura mientras confiesa que está enamorado de su mamá y grita entre sollozos gatunos – “Father!! Where are you? Why weren´t you there? I needed you!” – el pobre hombre se limpia los mocos y el sadismo de su terapeuta se cofirma cuando lo oímos decirle, en el tono pervertido y sucio que lo caracteriza – “Thaaaats goood… Let that out…” - and so on.

 

Cerca del final del  evento otra psicoanalista nos explica cómo ha puesto en práctica una terapia cura-gays parecida a la del Dr. Nocolosi (nuestro clásico inolvidable).  Su terapia ha sido un éxito rotundo, nos dice la ñora.  Pero verán que miente:  cuenta del caso semi resuelto de un paciente suyo que se curó de sus desórdenes homosexuales y ahora está casado y tiene hijos. Todos suspiramos con alivio hasta que nos cuenta -  “Sin embargo hace poco tuvo una recaída y se involucró con un hombre. ¿Qué se puede hacer?” – pregunta la tarada – “¿Para que no vuelva a recaer?”.  - "¿Qué se puede hacer? Puede informársele que es usted una farsante y su matrimonio es la verdadera recaída" - digo yo. Ella se tropieza con su propio argumento y no nos ofrece ninguna respuesta. 

Momentos después el infeliz de Nocolosi vuelve a podium. Una pobre señora se levanta y le pregunta qué puede hacer ella para que su hijo vaya a su terapia y se alivie de su casi mortífera dolencia. Lo pregunta con tal ingenuidad que uno asume que su hijo tiene 14 años y se lo encontró viendo Titanic con un poco, demasiada, emoción. No. Su hijo salió del closet hace ocho años y vive con un hombre en Canadá. No hay nada que hacer. No importa cuántos días se siente su pobre madre a escuchar a una bola de loquitos que declaran lo contrario. Todavía dice, la desorientada mujer,  que su relación con su hijo se deterioró tantísimo cuando salió del closet (primero se equivoca y dice socket, lo cual le da la vuelta al ridículo de tal modo que uno empieza a tomarla en serio) Antes su hijo le contaba todo y era tan cariñoso…  Ahora es simplemente cordial. La pobrecita no parece ver la relación entre quererlo “curar” de quién es y que le haya perdido la confianza.

Después de dos días de oír esas y muchas otras aberraciones, he logrado tomarlo con filosofía y reírme de todo lo que escucho. Incluso cuando algo de lo que estos cabrones “médicos” declaran me parece de verdad peligroso y quiero enfurecer, algo más lo exagera y lo vuleve tan ridículo, que vuelven a caer de boca sobre su profundísimo humor involunario.  Me río mucho. 

Pero cuando un niño de no más de 17 años se para a decir que él está yendo a terapia con sus papás, porque quiere curarse, se me cae la burla al suelo. 

Pobre hombre.  

Quiero acercarme a decirle que está rodeado de locos y que él no puede "curarse" porque no tiene de qué. Quiero convencerlo de que el deseo de sus comisuras no merece angustia, sino avidez. Quiero exigirle que sea feliz y que se  haga de un  novio de manos grandes y maneras tan suaves como las suyas. Pero a mi alrededor todos lo tratan como que es admirable que esté tratando de volver al "camino del bien". 

Tiene razón mi mamá cuando dice que no sólo no hice un servicio social.  Hice un daño. 

viernes, 26 de septiembre de 2008

No hay que darles la confianza

La ciudad hoy decidió no amanecer. En mi cuarto hay la misma cantidad de luz que había a las seis de la mañana y a las dos de la tarde y ahorita. Este clima londinense que nos aqueja debe llamarse calentamiento global. Pero también es probable que el mundo se esté rehusando a despertar.

Hoy he hecho muchas cosas. No muy útiles. Pero muchas: Hablé con mi jefe. Me puse mis plantillas ortopédicas. Me lavé y acondicioné el pelo. Escribí la mitad de un guión corto. Fui a ver una película vergonzosamente mala. Abracé mucho a mi mejor amigo. Me puse crema en las ojeras. Me hice un sandwich mediocre. Deje que mi chofer me diera dos o tres órdenes. Le cosí un hilo a mi suéter más viejo. Hice también algunas otras cosas. Todas el día de hoy. Y todo el tiempo sintiendo que no había bajado los pies de la cama.

Y es que no dan ganas de bajar los pies de la cama. En cuanto las pongo en el suelo, siento un colapso generalizado entre las piernas: me duelen los talones y las rodillas y la cintura. Tengo cólico y gastritis. El oído inflamado, la mandíbula apretada, vértigo y una gripa perpetua. La señal de mi Internet va y viene a placer. Se va la luz en cuanto mi fleco toca la pistola eléctrica. Tengo a mi abu atorada en las costillas. Tengo siete pasadores cuando hace un mes tenía cincuenta. Tengo ocho hombres bajo mi vista periférica y  con los ocho,  no hago uno:  El que no está celoso de un fantasma, está en un bar con una vieja. El que hace años me partió el corazón en cuatro, de repente se presenta con  cara de niña violada y se queja de que yo no lo supe querer  bien y a buena hora. Tengo al niño que dormía como un ángel bajo mis sábanas, y que boté para perseguir al que no me ha contestado el teléfono en una semana. Tengo el que nada más quiere coger, pero siente que hay que inventar expectativas extras. Y tengo al que cumple todas las expectativas, menos la de dejarse coger. Tengo a uno que permitió que la espalda de muñeca más bien lograda del mundo,  se consumiera bajo un tatuaje en el estudio que estaba donde antes era showbiz pizza. Tengo al novio de la infancia que tiene casi treinta años y se va a casar con una mujer que me odia en retrospectiva; al novio de la prepa que llega sin avisar y exige intimidad como si todavía la tuviera; y al novio de la universidad que perdió la mayoría de sus metafóricas canicas y dejó de ser gente como uno. 

El mundo no amanece porque no tiene incentivos. Y todo es culpa de que se le dio la confianza. También se les dio la confianza a mis pies planos, a mi nariz limpia y a la voluntad trabajadora de mis intestinos. Se le dio la confianza a prodigy y a la compañía de luz. Se le dio la confianza  a todos los hombres que se la siguen tomando. Se le dio la confianza al rayito de sol que debe ser la bandera de las niñas entrañables. Y se le dio la confianza a los días, que hoy nos traicionan dejando de correr. 

Hoy el tiempo se quedó en cama. Supongo que hizo bien. Eso nos pasa por darle la confianza. 

martes, 23 de septiembre de 2008

Aplicación

Estoy aplicando a la maestría. Y tienen la desagradable exigencia de que hable de mis planes. Personal Statement, lo llaman. Como si pudiéramos declararnos en una hojita. Total. Aquí va. Se aceptan sugerencias, como siempre. 

Personal Statement

 

It sounds childish and self important to say that I find personal statements haunting. But I do. If you get them wrong they mock you for a long time; and if you get them right, at 24, you are necessarily uninteresting. Still, risking either catastrophe, here goes.

For all the time I spend thinking about it, I know very little with certainty about my future, but one thing I know for sure is that I want screen writing to be my profession. I have great faith in the possibilities of fiction and in film as the best medium to expand those possibilities. I want to be a part of that. Screen writing is the best of two worlds because it allows you to work alone while forcing you to be collaborative. I love the idea of witting something that is meant to come alive, not just in the imagination of an individual but in a film making effort, that involves the input of many people.

 I often hear it takes courage to write something down; it takes courage to put it out there for others to judge it and to make it their own. But I believe when it comes to wrtiting for the screen or stage, the opposite is true. It takes courage to mount a production effort based on a piece of writing. It is brave to put the amount of money, people, time and sheer effort that film making requires, into what one person typed up, generally hunchbacked and deluded. Filming a writer´s screenplay is giving him the ultimate vow of trust. Any amount of formidable things have come from that trust.

It is relatively easy for me to make a quick list of my goals as a writer: I want to live happily through the things I make up; I want my work to change the life (or at least the afternoon plans) of complete strangers; I want to make my excessively brilliant writer parents proud; I want to make fiction that betters our reality. I could go on, but my primary goal is always the same: I want to earn my right to that initial trust. I do not know enough to claim it yet. I´m not sure anyone does. But I can´t think of a better place than this writing program, to start learning it.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Placeres culpables

Ni modo. Hay que asumirse:

El padrino es mi pelíula favorita, pero salí bailando de Mamma Mía! y lloré cuando Meryl Streep cantó con su hija en las piernas.

Emily Dickinson escribe con la brillantez de un alma sofisticada, pero las novias de Hugh Hefner esconden los secretos del universo en la punta de su imbecilidad.

Clarice Lispector me provoca adicciones irredentas, pero leyendo Harry Potter me asusto y me carcajeo en todos los momentos predecibles.

Cuando mi cuñado toca Mozart en su perfectísima flauta me enchina la piel. Pero mi chofer chiflando Cielito lindo me pacifica el desorden. 

La Bohème me derrite hasta que tengo planchado el cuerpo, pero Rent me quita el miedo y me avienta a la calle.

En el D.O. hay un pescado a la sal que podría ser mi última cena, pero la leche endulzada con zucaritas me da las buenas noches como una buena madre.

Armani corta y cose para los dioses, pero mi suéter de Suburbia huele a Vel Rosita como la casa de Abu.

La voz de Nina Simone me comprueba que existe el alma. Pero You´ll always be my baby cantada por David Cook me recuerda que existe el cuerpo.

El intelectual hijo de banqueros que se ríe como si no lo supiera todo envenena las expectativas. Pero a mí me gusta el gordito que sabe de blockbusters y besa como si no tuviera otro destino. 


El horror y la frivolidad siempre hacen falta. Hay que soltarles la culpa a los placeres culpables. Hay que dejarlos reinar.  Hay que asumirse. 





sábado, 30 de agosto de 2008

Extraño a un extraño

Dicen que no puedes soñar con un desconocido. En los sueños, las caras que no reconoces, son gente que has visto sin poner atención. Los desconocidos caminan frente a ti, sobre ti, todo el tiempo. Si a veces te detienes a verlos, no puedes más que inventarles una historia. Sólo porque puedes. Porque están frente a ti y da ansias no saberlos. Los desconocidos adornan y son padres. Extrañar a un desconocido es imposible. Un desconocido es diferente a un extraño.  

Un extraño es un desconocido que te presentaron. Un desconocido que has visto varias veces. Un desconocido que dejó de serlo porque te llevó al cine algún miércoles; porque te dio la mano en una borrachera; porque le ganaste un duelo de guitar hero; porque cuando lo viste deliberadamente, te recordó algún cariño viejo. A un extraño decides dejarlo entrar. A tus sueños y a tus imaginarías. No sabes quién es, pero a veces lo piensas. Piensas en cómo sería si dejara de serlo. Te da curiosidad duradera. A veces un extraño promete volverse indispensable. Y lo imaginas completo. Y sin tener idea, te concentras en él.

Te concentras en el extraño que sin parecerse a lo que andas buscando te da, en dos palabras, exactamente lo que quieres. Alguien que siendo completamente distinto a ti, venera las mismas cosas. Que presume de haber descubierto el agua tibia y en el fondo sospecha que jamás descubrirá nada. Que sufre y pretende de más. Provinciano y cínico. Brillante e inerme. Te ha visto dos veces pero las dos tuvieron un instante de rendición tan absoluta, que la imaginación te lo vuelve adictivo. Y haces cosas que no harías y no entiendes. Y te desgarras en la tarea inútil de descifrar lo que no has visto. Sin herramientas y sin ventajas, estás de pronto puesto a observar cualquiera de sus atisbos.

Llegas de una fiesta a las seis de la mañana. Y tus amigos son simpáticos. Tus amigas mueven la cadera con exactitud. El trabajo que te espera el lunes es divertido. El hombre que te persigue se ve precioso en tu almohada y se vería igual tomando té con tu mamá. Te detienes en la puerta a contemplar qué podría mejorarlo todo. Te odias por intuir que hay algo que mejorar. Pero es el extraño. Te cae de pronto. Como un plomo.  Como la respuesta precisa: es su posibilidad. La  posibilidad de este extraño, mejoraría lo inmejorable.

El extraño lo es, casi por completo. No te besó suficiente. No mediste  el efecto de sus manos en ti. No te ha acompañado ninguna pena y ninguna alegría. Te ha dado pocos motivos. Ninguno muy bueno. Y de cualquier modo te lo preguntas. Te preguntas si te habrá dejado entrar. Si te habrá inventado la mitad de las historias que te mereces. Si conocerlo te decepcionará tanto como te imaginas. Te preguntas porqué te preguntas por ese extraño, habiendo tantos otros. Tantos que han sido mejores en la expectativa y en la práctica. Te preguntas por su infancia, por sus intenciones y por las partes de su cuerpo que no verás. Te preguntas por  sus hábitos, por sus miedos,  por el color de su cama. 

 

Te preguntas al infinito, las preguntas más atroces y de golpe, sin saber, estás extrañando a un extraño.  

miércoles, 20 de agosto de 2008

Tengo gripa

Todo es molesto de la gripa. Desde el nombre. Mi abuela cubana siempre la llamó gripe y cuando yo la nombraba con A,  me miraba con la desconfianza que siempre inspira el español de un chilango. Mi abuela que era del altiplano le decía catarro, cosa que siempre me pareció un augurio perfecto del desastre que significaba: algo pasa entre la T y la RR que suena a un estornudo moquiento y despreciable. 

No se puede hacer nada cuando se tiene gripa. Y ahora me ha resultado que no se puede hacer nada para evitarla. Hace dos días la sentí venir y me atasqué todo los redoxones, isodines y tempras que me cupieron en la boca. Guardé cama, tomé muchos líquidos y hasta acudí a los infalibles trociscos de terramicina (unas pastillitas verdes, recomendación de mi chofer, en las que recaigo en situaciones extremas a pesar de que el médico familiar les detectó algo de letal). Nada. No logré nada. Al día siguiente de haber ingerido tantísimos chochos que hasta temí el destino de Heath Ledger, de todos modos tenía las anginas cerca de las muelas; mi nariz sonaba como silbato de globero; y mi cabeza entera estaba llena de algodón.  

La peor parte de esta enfermedad es su mugre intrínseca. Sientes fluidos innombrables correrte por la garganta; por más esfuerzos que hagas, siempre estás rodeado de kleenexitos hechos bola; estás abrigado con toda clase de chales, cobijas y pantuflas, mientras sudas frío como un gordo en  Campeche; absolutamente toda tu biología conspira en tu contra. El movimiento, la comida, el sexo,  la respiración: todo lo bueno que tiene que ver tu cuerpo se vuelve asqueroso.

Cuando iba en la prepa tenía una amiga que decía puras genialidadas y todas las validaba diciendo - "en algún lugar leí que..." -  Y bolas, te soltaba una verdad inapelable. Así que les digo: En algún lugar leí que la sensación que provocan los  síntomas de la gripa son lo más parecido a la sensación de agonía. No sé de dónde habrán sacado semejante conclusión, porque dudo que alguien en su lecho de muerte haya dicho - "siento como gripita" - Pero en algún lugar lo leí jóvenes - así que aquí echada, deshidratada y harta, exijo trato de últimos alientos.  

jueves, 14 de agosto de 2008

Lumi compone

Estamos hartos del  "Hola", seguido del "¿cómo estás?", seguido del "bien ¿y tú?" que incian todas las llamadas que cruzan por nuestro aparatito telefónico.  Cuando mi amiga Lumi contesta el teléfono generalmente te recibe con una composición original,  que sale de su ronco pecho sin planeación estratégica alguna. 

La del día de hoy dijo así: 

Hola amigo, tienes bonito tu ombligo
eres lo mas gordo, espero que nunca te quedes sordo
porque no podrás oír como compongo.

Ritmo y métrica envidiables, es evidente.

Su vocación de Juan Gabriel le viene de hace muchos años, pero estoy segura de que fue consolidada un día de verano en las calles de Florencia.

Llevábamos una semana de más en esa ciudad que está teóricamente bendita, pero que en el calor infame del julio turístico,  era prácticamente el infierno que inspiró al Dante. Lumi y yo caminábamos a ningún lado, tratando de huir de nuestro propio sudor de puercos, cuando ella inició una composición. Ya no la recuerdo pero, estoy segura, era igual de inspirada que aquella del ombligo que quedó plasmada ya. Soltó tres o cuatro estrofas, no creo que el calor me haya permitido reírme y se quedó callada un segundo. Después miró al cielo como quien invoca a un genio y dijo sencillamente: 

 - "Ay... ¡Qué bonito compongo!"

Y sí. 

miércoles, 6 de agosto de 2008

Abu


De siempre fue tan preciosa que vivió tratando de ser otras cosas. Inteligente ya era, así que se volvió buena, clara y valiente. A fuerza de no ser perfecta se volvió absoluta. 

Sin darse cuenta se fue volviendo representante de mundos a los que ni siquiera pertecía: El más claro es el ruido que sus nietos hemos ido dejando por su espacio y por los nuestros. Nos hizo posibles y fue casa de todos. 

Me pesan quienes me serán cercanos sin haberla conocido. No sólo por la parte de mí que ya no habrán visto, sino porque se habrán perdido de un espectáculo silencioso y preciso.

Cuando mi abu abría los ojos,  abría el mundo. 

martes, 29 de julio de 2008

Corría el año de ´77


Leyendo el recuento de los diez top 10 de la AFI (Las diez mejores películas de diez géneros distintos) me encontré con que el año 77 fue la pura buena onda. 

Vean nada más lo que las masas vieron en el cine ese año: 

En enero  Rocky.
En abril Annie Hall.
En mayo Star Wars.
En Junio Close encounters of the third kind
En Octubre All the president´s men

Menos el último, todos guiones originales. Todos blockbusters. MUY.   

Para agregarle alabanza a la industria hard core de esos tiempos, vean nada más lo que las masas habían visto en los años cercanos:
En el ´71 - Naranja mecánica, Dirty Harry, The last Picture Show y Bananas.
En el ´72 - El Padrino
En el ´74 - Chinatown y El padrino II
En el ´75 - Jaws, One Flew Over The cuckoo´s nest, Dog day afternoon y Barry Lyndon.
En el ´76 - Taxi Driver.
En el ´79 - Kramer vs. Kramer y Apocalypse now. 

Los grandes éxitos económicos de la década de los setenta parecen una broma de buenos. Comparados con lo que nos escupe hoy la misma industria son una mentada de madre. 

Ni me meto con el cine no americano porque hay que empezar a hablar de Fellini, de Godard y de Truffaut para empezar a compararlos con Arriaga y ya se nos vuelve violencia innecesaria. Además cine bueno, en algún lado, ha habido siempre. Y cada día más, en inmensísimas cantidades. Pero para efectos del día de hoy me interesa hablar del centro del negocio.  Por eso he nombrado puras películas súper industriales y súper exitosas. (Lo de súper exitosas se le aplica hasta a Barry Lyndon banda, noten que también es nuestra culpa lo que nos pasa hoy). La descomposición de la industria central empeora mucho cuando nos acordamos de lo que fue capaz. 

La comparación directa: 1977  contra 2007.  De las cinco películas que alimentaron a la industria en el ´77   todas siguen siendo clásicos y todas siguen ganando dinero. Treinta años después, las cinco películas que alimentaron a la industria en el 2007 fueron Transformers,  Los piratas del caribe 3,  Shrek 3, Harry Potter 4 y Spider man 3.  Para el 2037 dudo que alguien se acuerde de que esas películas existieron. 

Habría que reencontrar la forma ilustrada y elegante de hacer dinero. Esta semana la gente me dice que Batman les cambió la vida. No creo que tanto. Pero está bien. Con que hubiera un Batman por cada Scary Movie ya habría una conquista seria. 

lunes, 28 de julio de 2008

Dos niñas que quién sabe

Muchas veces me obsesionan muchas cosas profundamente inútiles. Hoy en la tarde me obsesionó no saber. 

Estaba caminando hacia la taquilla del cine y vi a dos niñas de doce años sentadas en una banca de madera mugrosita. Una recargaba su cola de caballo sobre el hombro de la otra. La dos estaban viendo al frente con los ojos vivos y cansados. Y yo no sabía nada. ¿Quiénes eran? ¿Qué hacían ahí, solas, recién peinadas y muertas a las diez de la mañana? ¿En qué habían pensado mientras se ponían esos calcetines que hacen juego con su suéter? ¿Cómo es posible que yo no sepa todas estas cosas?  ¿Cómo es posible que haya en el mundo tanta gente de la que tanta otra gente no se entera?

Entré a la sala a que me pegara la ficción. La ficción es una forma de enterarse, aunque sea de falsedades. Me senté en un esquina y seguía sin saber:  ¿Quién es esa mujer que se sentó a ver Batman junto a mí, acompañada solamente de un bebé y una carreola? ¿Quién no vino con ella? Y ese que no vino ¿Con quién está y por qué? 

 ¿Cuántas veces he visto una película con alguno de estos extraños?  ¿Cuánto habremos cambiado entre una proyección y otra?  ¿Cuántos panes se comieron? ¿A quién no llamaron? ¿Qué libro leyeron a los diez años? ¿La mayoría estarán tan aburridos como se les ve? 

 Si todas esas cosas ocuparan espacio, si se pudieran tocar, guardar ¿Cómo se verían? Las ideas podrían robarse como las bolsas.  Yo podría robarme todas los chistes que hace mi primo Arturo y aventarlas  en un país extranjero. Les pegarían a todos en el estómago y los harían reírse hasta que vomitaran, o hasta que se enamoraran de mí como yo me enamoro de él después de un ratito de oírlo.

Si los cariños y los recuerdos que hacen que la gente se mueva, se ría, se bese y se piense de cierta manera estuvieran junto a ellos, físicamente junto a ellos, alguien más podría tocarlos y moverse, reírse y besar como ellos un instante.

Podría ver la idea que otros tienen de mí, mi imagen desde su cabeza, desde el recuerdo de lo que creen que soy. Habría cientos de versiones físicas de la misma persona y todas cambiarían constantemente, del mismo modo que hoy cambian en el espacio etéreo en que los cargamos. 

Ese sería un mundo raro: lleno de música sin terminar, rodando entre las piernas de extraños que no tuvieron nada que ver con ella; como hoy rondan los pantalones y la basura y los abrigos largos. ¿De qué color serían las memorias y de qué color las pasiones? ¿De qué color las imágenes? 

¿Qué tan grandes las cosas que lastiman? ¿Y las que acompañan? ¿La felicidad sería más atractiva que el dolor? ¿Las buenas ideas tendrían más luz que las malas? ¿Las ilusiones serían azules como siempre las he visto o tendrían un color que nadie conoce y no se ha podido imaginar?  

La gente con malos recuerdos y malas ideas podría dejarlas en la calle y dejarían de pesarle; cambiaría quienes son, para bien y para mal. Se podría regalar amor, literalmente. A primera vista se sabría con quien compartes tristezas, con quien miedos y de quién podrías enamorarte. Podrías detenerle a alguien su soledad mientras se pone los guantes y dejaría de estar solo hasta que se la devolvieras. Yo podría dejar una gran idea en el cine, del mismo modo que hoy dejo celulares y carteras. En cuestión de días la gente despistada como yo, tendría la cabeza en blanco. En cambio la gente coda estaría llena de tesoros, pensando todo el tiempo y almacenando sus ideas en bóvedas inmensas. Se inventarían bancos de sueños y de recuerdos, con cuentas separadas para las metas y los desencantos. 

¿En dónde cabría tanto ocio? De por sí estamos tan apretados que Suiza manda su basura a Sicilia. Sería un desorden. Con las puras quejas de la falta de espacio sería suficiente para llenarlo.

Pero me obsesionó no saber. Ojalá todo se viera.  

jueves, 24 de julio de 2008

Festival de cine

Estoy parada frente al  auditorio del estado de Guanajuato. A mi alrededor se pasean unos treinta individuos de edad incierta (los que tienen 22 portan barbas y lentes inconmensurables y mugrosos que los cubren por completo, igual podían tener 60; las que tienen 62 no se pintan ni se peinan, tienen una confianza en su físico que sólo tolera la  piel y el pecho apretado de una de 20). Todos los asistentes se mueven todo el tiempo, sin rumbo fijo. Se reconocen, se saludan, se recomiendan y se mienten. Los que ni conviven, ni chorean, se paran en una esquina a observar a la concurrencia: se comportan como si estuvieran esperando que Dios padre venga a reconocer su inmensísimo talento. Hasta en los dedos se les ve como se encabronan de que no baje.  Nadie se ha lavado el pelo en meses y a todos les hiede la colonia condesa entre los pies.

Acabamos de oír a Spike Lee dar una mal llamada conferencia magistral. Consistió en un pobre hombre que sudaba frío mientras le hacía preguntas poco iluminadas. El Sr. Lee respondía con sonrisitas de hartazgo, unidas a un máximo de tres frases y un silencio. De cualquier modo todo el mundo le aplaudió como foca cada palabra. Mucho más que al pobre de su tocayo de apellido Jonze, que hizo todos sus mejores esfuerzos por caernos bien y no tuvo ni la mitad de la taquilla. Después todos salen en desbandada a fumar cigarros sin filtro y a mirar a la humanidad con displicencia para que quede claro lo mucho que sufren sus almas de artista. 

Me observo parada en una esquina del teatro haciendo todas estas pueriles reflexiones: en realidad los tengo tan vistos porque soy uno de ellos. Con un poco más de jabón y bastante menos actitud. 

Durante el resto del día el festival y sus pantallas nos recetan toda clase de calamidades. Un documental sobre la guerra de Iraq que se llama, de manera muy apropiada, No end in sight. Es de una inteligencia y una precisión que dan ganas de morirse. Concluye que estos cabrones Bushitas son más pendejos que perversos y todos los muchos, muchos muertos que nos pasan por enfrente son absolutamente gratuitos. Suelto dos lágrimas gordas que me parecen pretenciosas, así que las reprimo. Y se prenden las luces. 

Corte a: Un documental sobre el único grupo de heavy metal que hay en Bagdad. Nos lo aderezan con covers de Metallica y mientras las casas explotan a su alrededor, el preciosismo de sus notas son una receta iluminada y blanca para la esquizofrenia. De ahí pasamos, como quien flota, a una nueva sala de luces bajas: las imágenes más tersas que se han visto ilustran la voz de John Lennon. El pobre habla mitad obviedades, mitad imposibles, todos preciosos.  Para darle punch al final los cineastas nos recuerdan cómo se murió el genio y  otro muerto nos cae encima.

El final del día se siente como si el mundo estuviera dividido entre los que se mueren y los que se aburren ¿Para qué habré manejado cuatro horas hasta este pueblo bananero? Fuera de dos o tres túneles coquetamente iluminados, el patrimonio de la humanidad que Guanajuato presume en su letrero de bienvenida, no se le ven por ninguna de sus fachadas. 

Supongo que manejé porque no hay nada que se parezca más a un par de brazos limpios que la butaca de un cine.  Supongo que fue porque aunque Spike Lee sea monosilábico y hostil, sus ojos son la parte mejor lograda de su anatomía: ven y reproducen sólo cosas extraordinarias. Supongo que fue porque cuando Spike Jonze sonríe invoca el relajo de un guión de Charlie Kauffman. Supongo que fue  porque el corto con la voz de Lennon acariciaba como un hombre bueno.  Fue porque entre los múltiples piojosos que me pasan por enfrente, debe haber algún genio que un día en dos horas nos cambie la vida, o la tarde, depende de qué tan genio.  Fue porque los festivales de cine son entes extraños y hay que adorarlos. 

Hay que adorar a cualquier multitud que adore lo que uno adora. A ver qué más nos van dando estos días de cine.