Muchas veces me obsesionan muchas cosas profundamente inútiles. Hoy en la tarde me obsesionó no saber.
Estaba caminando hacia la taquilla del cine y vi a dos niñas de doce años sentadas en una banca de madera mugrosita. Una recargaba su cola de caballo sobre el hombro de la otra. La dos estaban viendo al frente con los ojos vivos y cansados. Y yo no sabía nada. ¿Quiénes eran? ¿Qué hacían ahí, solas, recién peinadas y muertas a las diez de la mañana? ¿En qué habían pensado mientras se ponían esos calcetines que hacen juego con su suéter? ¿Cómo es posible que yo no sepa todas estas cosas? ¿Cómo es posible que haya en el mundo tanta gente de la que tanta otra gente no se entera?
Entré a la sala a que me pegara la ficción. La ficción es una forma de enterarse, aunque sea de falsedades. Me senté en un esquina y seguía sin saber: ¿Quién es esa mujer que se sentó a ver Batman junto a mí, acompañada solamente de un bebé y una carreola? ¿Quién no vino con ella? Y ese que no vino ¿Con quién está y por qué?
¿Cuántas veces he visto una película con alguno de estos extraños? ¿Cuánto habremos cambiado entre una proyección y otra? ¿Cuántos panes se comieron? ¿A quién no llamaron? ¿Qué libro leyeron a los diez años? ¿La mayoría estarán tan aburridos como se les ve?
Si todas esas cosas ocuparan espacio, si se pudieran tocar, guardar ¿Cómo se verían? Las ideas podrían robarse como las bolsas. Yo podría robarme todas los chistes que hace mi primo Arturo y aventarlas en un país extranjero. Les pegarían a todos en el estómago y los harían reírse hasta que vomitaran, o hasta que se enamoraran de mí como yo me enamoro de él después de un ratito de oírlo.
Si los cariños y los recuerdos que hacen que la gente se mueva, se ría, se bese y se piense de cierta manera estuvieran junto a ellos, físicamente junto a ellos, alguien más podría tocarlos y moverse, reírse y besar como ellos un instante.
Podría ver la idea que otros tienen de mí, mi imagen desde su cabeza, desde el recuerdo de lo que creen que soy. Habría cientos de versiones físicas de la misma persona y todas cambiarían constantemente, del mismo modo que hoy cambian en el espacio etéreo en que los cargamos.
Ese sería un mundo raro: lleno de música sin terminar, rodando entre las piernas de extraños que no tuvieron nada que ver con ella; como hoy rondan los pantalones y la basura y los abrigos largos. ¿De qué color serían las memorias y de qué color las pasiones? ¿De qué color las imágenes?
¿Qué tan grandes las cosas que lastiman? ¿Y las que acompañan? ¿La felicidad sería más atractiva que el dolor? ¿Las buenas ideas tendrían más luz que las malas? ¿Las ilusiones serían azules como siempre las he visto o tendrían un color que nadie conoce y no se ha podido imaginar?
La gente con malos recuerdos y malas ideas podría dejarlas en la calle y dejarían de pesarle; cambiaría quienes son, para bien y para mal. Se podría regalar amor, literalmente. A primera vista se sabría con quien compartes tristezas, con quien miedos y de quién podrías enamorarte. Podrías detenerle a alguien su soledad mientras se pone los guantes y dejaría de estar solo hasta que se la devolvieras. Yo podría dejar una gran idea en el cine, del mismo modo que hoy dejo celulares y carteras. En cuestión de días la gente despistada como yo, tendría la cabeza en blanco. En cambio la gente coda estaría llena de tesoros, pensando todo el tiempo y almacenando sus ideas en bóvedas inmensas. Se inventarían bancos de sueños y de recuerdos, con cuentas separadas para las metas y los desencantos.
¿En dónde cabría tanto ocio? De por sí estamos tan apretados que Suiza manda su basura a Sicilia. Sería un desorden. Con las puras quejas de la falta de espacio sería suficiente para llenarlo.
Pero me obsesionó no saber. Ojalá todo se viera.
1 comentario:
wow. no hay nada más que decir.
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