miércoles, 29 de julio de 2009
Felicidades a mí
lunes, 27 de julio de 2009
¡Llévelo, llévelo!
domingo, 12 de julio de 2009
Sunny L.A. aka the horror
Ah pero ¡qué fea es esta ciudad de Los Angeles! Vine con mi mamá a buscarme un departamento porque tendré el honor de asistir a una de sus escuelas de cine (a la más coqueta, según me dicen y yo presumo). Como era de preeverse mi mamá odia esta ciudad. La odia más que Woody Allen y yo combinados… y miren que estaba cabrón. Esta expedición al Fabulous Hollywood, baby! lleva apenas un día y ha estado tan accidentada como se esperaba pero también mucho más chistosa.
Estamos en un hotel mamonsísimo en donde hay unas mujeres de cuerpos espectaculares y voces agudas que andan en minifalda enseñando todo lo que tienen tan digno de enseñar; y hablan de nimiedades a gritos sin esconder todo lo que tienen tan digno de esconder. Estamos en el doceavo piso del hotel mamer y desde las profundidades de la alberca nos llegan los gritos de una de esas mujeres y sus decibeles de diversión ¿qué le estará pasando que sea digno de tanto alarido? Yo nunca he dado un grito en una alberca. Nunca. Es un tipo de personalidad, la que pega de gritos en una alberca, que me parece digna de estudio. Incluso en las rarísimas ocasiones en las que he estado en posición de gritar, emocionada, en una alberca (jugando caballazos o clavados o alguna de esas siniestras actividades) nunca he entrado en un ataque de euforia tal que me provoque un ¡¡¡ahhhh!!! tan agudo y poderoso que alcance a las infelices almas del doceavo piso de mi hotel.
Nos cambiamos de cuarto, por supesto, dado que el primero nos pareció intolerable y nomadear por los hoteles es una actividad ya tradicional en la familia. En el primero, una foto de Mick Jagger bebiendo reinaba sobre la cabecera de la cama. Mi mamá peguntó quién era Mick Jagger. – “¿Un rockero?”- Por algún motivo mi mamá no es de su generación. – “Sí ma, un rockero” – dije yo. Y después ella agregó el gran pilón: - “¿Por qué tenemos que dormir viendo a Mike Jagger ligar con esa señora horrible?” – dijo, y llamó al front desk de inmediato. Yo corrí a ver quién era la señora horrible que yo no había visto en la foto: era Keith Richards.
Ahora dormimos en una cama sobre la que reina Jimi Hendrix acostado en el cofre de un coche. En el pasillo nos topamos con seis imponentes californianos chancludos y en bermudas, con la piel morada de sol, patotas y espalda de gimnasio. Mi mamá se contuvo pero cuando los vio venir casi pega un grito de pánico. Y ahora se queja aquí echada en la cama junto a mí.
“¡Qué feos estaban estos muchachos de la entrada!”– se lamenta, la pobre – “Eran idénticos a ese güero horrible de esa película en la que un tipo anda en moto por todos lados” – en este punto hace una pausa melancólica y culmina – “hasta que se muere”.
Sí eran feos los tipos de la entrada, feos como la ciudad que los alberga.