Los vi caminar despacio.
Ella le dió la mano con desconfianza, como alguien que no quiere que se note por qué otras partes de ese cuerpo ha pasado. Él la recibió con una falta de ansiedad que hizo evidente que, en efecto, se conocían cada rincón. Juntos no medían tres metros. Eran dos cuerpecitos perfectos, como novios en la punta de un pastel rancio, pero precioso. Ella tenía una peluquita cuadrada y negra, que se doblaba igual de un lado y otro sobre su cara. Su cara que era casi un dibujo: la serie mejor lograda de esferas y rectas. Eran una pareja de ficción mediocre; como una idea de lo que todo el mundo debería ser. Ella se movía como su pelo, de manera absoluta pero controlada, sin abrumar ni perder la perfección. Él se movía con una libertad hipnótica, cuyo éxito venía de una estructura pensada y ligera. Sus cuerpos eran una contradicción de mediocridad y alcance. Pero juntos eran una armonía con algún rasgo divino. Juntos eran un motivo para que el agua corriente se detuviera a contemplar.
Los ví alejarse y fue como si nunca los hubiera visto. Parados junto a mí eran dos enanos. No tenían más gracia que su esfuerzo constante por no mirarse, aunque todos supiéramos que cuando estaban solos, se miraban, sin duda. Parados junto a mí, daban ansia de tan poco interesantes. Parados juntos, lléndose a ser quienes eran, daban ganas de guardarlos y llevarlos a todos lados. Daban ganas de ser ellos. De ser su tipo de gente: aburrida, simple y remilgosa.
Dieron la vuelta y desaparecieron. Como rastro, ella dejó el sonido rítmico de sus zapatos; él la luz de un suéter verde que hacía juego con su cinturón.
2 comentarios:
"Sírvame el entendimiento
alguna vez de contento
y no esté siempre el ingenio
con el provecho encontrado"
dice Sor Juana. Querida escritora Aguilar, aquí le va esta reflexión de la Sor para que se sienta acompañada en la incertidumbre de pensar tanto y tan bien.
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